Ataques injustos


La participación del diputado salvadoreño Roberto Silva como autor intelectual del crimen contra los diputados salvadoreños del Parlamento Centroamericano, ha dado un nuevo giro a las investigaciones de ese crimen brutal, pero también es un hecho que demuestra cuán injustos e irreflexivos fueron los ataques lanzados desde El Salvador contra Guatemala y los guatemaltecos por un hecho en el que hay demasiadas aristas que ahora se revierten contra el vecino paí­s.


Porque no sólo el autor intelectual del crimen resulta ser un salvadoreño que aprovechó sus tenebrosos contactos en Guatemala para liquidar a sus adversarios, sino que, además, se confirma la tesis de que al menos alguno de los tres diputados de El Salvador que fueron asesinados en Guatemala tení­a ví­nculos con el narcotráfico y que en el vehí­culo transportaban ya sea droga o dinero proveniente de la droga y que el crimen fue un tí­pico caso de «tumbe», como dicen en el argot de los narcos.

En otras palabras, debe asumirse la responsabilidad de Guatemala en lo que le corresponde y no se puede negar que somos un paí­s profundamente dañado por la forma en que el crimen organizado se enquista en las estructuras mismas del poder, como lo confirma la participación material de agentes de la Policí­a Nacional Civil en la criminal acción. Pero no estamos ni peor ni mejor que nuestros vecinos salvadoreños porque al fin y al cabo el crimen fue planificado allá por un diputado de ese paí­s y fue resultado de la participación de uno de los muertos en acciones de crimen organizado.

No se trata de enrostrar nada ahora a El Salvador ni a los salvadoreños, sino recordar cuán injustos fueron aquellos ataques inmisericordes lanzados contra Guatemala, con una saña que ofendió en su momento y que nos tragamos dolidos por la generalización que hicieron algunos de nuestros hermanos para proferir expresiones verdaderamente groseras y ofensivas contra los chapines. No se trata de cobrar venganza ni de pasar factura, diciendo que salvadoreños usaron territorio guatemalteco para dirimir sus problemas criminales, sino de una reflexión seria para que entendamos que nadie está libre de problemas de este tipo y que no es la naturaleza de los salvadoreños o de los guatemaltecos la que está en juicio, sino la forma en que nuestros dos paí­ses han sido afectados por ese terrible flagelo que es el narcotráfico y el crimen organizado. Si aceptamos nuestro problema común, será más fácil resolverlo conjuntamente, en vez de las actitudes de desplante como las que tuvieron algunos funcionarios del vecino paí­s que «exigí­an», sin aceptar que todo se originó de su lado de la frontera y que fue allá donde se planificó el crimen y de allá salió el auto que provocó el «tumbe».