Ataque antiestadounidense


Una tropa élite de Estados Unidos revisa los daños realizados en un vehí­culo Stryker, luego de un atentado en Bagdad.

«Â¡Retrocedan, retrocedan!», un policí­a iraquí­ intenta sin éxito dispersar a los curiosos tras la explosión de una bomba, en la mañana de hoy, al paso de un convoy del ejército estadounidense, a pocos metros de la fortificada «zona verde» de Bagdad.


Tres enormes vehí­culos blindados de transporte de tropas Stryker están inmovilizados en plena carretera. La explosión alcanzó de lleno la parte delantera del último Stryker, cuya carrocerí­a despedazada yace en la calzada ennegrecida.

El armazón de hierro que protege a estos vehí­culos de los disparos ha sido arrancado en gran parte.

Sentado a pocos metros de allí­, un soldado estadounidense se lleva las manos a la cabeza, visiblemente conmocionado, mientras sus compañeros inspeccionan los daños.

Bajo la mirada de los militares iraquí­es, dos de ellos se apresuran a descargar del vehí­culo mochilas y municiones.

Otros soldados norteamericanos rodean el lugar del ataque y mantienen alejada a la multitud con sus armas automáticas.

Aparentemente, esta vez el atentado no provocó ví­ctimas estadounidenses, pero dos civiles iraquí­es, simples viandantes, murieron y otros tres resultaron heridos, según un balance del ministerio de Interior.

A esta hora temprana de la mañana, muchos funcionarios y empleados de la «zona verde» aprietan el paso en dirección a sus oficinas en este barrio central de Bagdad donde están instaladas numerosas administraciones y los locales del ministerio iraquí­ de Relaciones Exteriores.

El ataque se ha producido justo al lado de una de las entradas principales de la «zona verde», en la que se encuentran la embajada de Estados Unidos y las principales instituciones iraquí­es.

Este lugar es en teorí­a uno de los más protegidos de Bagdad.

La situación no parece molestar demasiado a la decena de policí­as y militares iraquí­es presentes en el lugar, algunos de los cuales, con una media sonrisa, hacen gesto de alejar a los curiosos.

Indiferentes y apresurados, los peatones intentan rodear el lugar para llegar a tiempo a sus puestos de trabajo. Algunos de ellos celebran abiertamente el ataque.

Con las sirenas encendidas, dos ambulancias de la Media Luna Roja llegan en tromba al lugar, pero frenan prudentemente a pocas decenas de metros de los tres blindados.

Los enfermeros iraquí­es acaban de ponerse los guantes de plástico cuando son apartados sin contemplaciones por los militares estadounidenses.

Más de 20 minutos después del atentado, se escucha un gran estruendo acompañado por toques de bocina. Otros tres vehí­culos Stryker acuden en ayuda de sus compañeros.

En el cielo, dos pequeños helicópteros negros OH-6A de la compañí­a de seguridad privada estadounidense Blackwater ya sobrevuelan el lugar del atentado.