Asturias y la Virgen del Carmen


Aunque no parezca, la figura del Virgen del Carmen es esencial para la novela de Miguel íngel Asturias, El señor presidente.

El surrealismo toma como una de sus premisas hacer eco a las imágenes del inconsciente colectivo de los pueblos, y, sin duda, la Virgen del Carmen formaba parte importante para la sociedad guatemalteca del tiempo en que está ambientada esta novela.

A continuación se exponen algunas de las citas que hacen referencia a la Virgen del Carmen, en honor de su fiesta el próximo lunes.


«Salió la Virgen del Carmen a preguntarle qué querí­a, a quién buscaba. Y con ella, propietaria de aquella casa, miel de los ángeles, razón de los santos y pastelerí­a de los pobres, se detuvo a conversar muy complacido. Tan gran señora no medí­a un metro, pero cuando hablaba daba la impresión de entender de todo como la gente grande. Por señas le contó el Pelele lo mucho que le gustaba masticar cera y ella, entre seria y sonriente, le dijo que tomara una de las candelas encendidas en su altar. Luego, recogiéndose el manto de plata que le quedaba largo, le condujo de la mano a un estanque de peces de colores y le dio el arco iris para que lo chupara como pirulí­. ¡La felicidad completa! Sentí­ase feliz desde la puntitita de la lengua hasta la puntitita de los pies. Lo que no tuvo en la vida: un pedazo de cera para masticar como copal, un pirulí­ de menta, un estanque de peces de colores y una madre que sobándole la pierna quebrada le cantara «Â¡sana, sana, culito de rana, siete peditos para vos y tu nana!», lo alcanzaba dormido en la basura».

«Don Benjamí­n dejó pasar a su esposa, que asomó desgreñada, con un seno colgando sobre el camisón de indiana amarilla y el otro enredado en el escapulario de la Virgen del Carmen.

?¡Allí­… que llevan la camilla! ?fue lo último que dijo don Benjamí­n.

?¡Ah, bueno, bueno, si fue allí­ no más!… ¡Pero no fue por onde los turcos, como yo creí­a! ¡Cómo no me habí­as dicho, Benjamí­n, que fue allí­ no más; pues con razón, pues, que se oyeron los tiros tan cerca!

?Como que vi, ve, que llevaban la camilla ?repitió el titiritero. Su voz parecí­a salir del fondo de la tierra, cuando hablaba detrás de su mujer.

?¿Que qué?

?¡Que yo como que vi, ve, que llevaban la camilla!

?¡Callá, no sé lo que estás diciendo, y mejor si te vas a poner los dientes que sin ellos, como si me hablaras en inglés!

?¡Que yo como que ve…!

?¡No, ahora la traen!

?¡No, niña, ya estaba allí­!

?¡Que ahora la traen, digo yo, y no soy choca!, ¿verdá?

?¡No sé, pero yo como que vi…!

?¿Que qué…? ¿La camilla? Entendé que no…»

«Se tiraba del pelo, gritaba, hací­a caras. Le caí­a mal formar parte de aquella nube de gente emparentada. Ser la nena. Ir con ellos a la parada. Ir con ellos a todas partes. A misa de doce, al Cerro del Carmen, a montarse al caballo rubio, a dar vueltas al Teatro Colón, a bajar y subir barrancos por El Sauce».

«Â¡í‰ste es el señor que le toca el armonio a la Virgen del Carmen! -se dijo Niña Fedina-

. Ya me parecí­a conocerle cuando me capturaron; lo he visto en la iglesia. ¡No debe ser mal hombre!…»

«-¡Por la Virgen del Carmen, señor -suplicó abrazándose al zapato del licenciado-; sí­, por la Virgen del Carmen, déjeme darle de mamar a mi muchachito; vea que está que ya no tiene fuerzas para llorar, vea que se me muere; aunque después me mate a mí­!

-¡Aquí­ no hay Ví­rgenes del Carmen que valgan! ¡Si usted no me dice dónde está oculto el general, aquí­ nos estamos, y su hijo hasta que reviente de llorar!»

«En los alambres del telégrafo… Por mirar los alambres del telégrafo pierde tiempo y de una casucha del Callejón del Judí­o salen cinco hombres de vidrio opaco a cortarle el paso, todos los cinco con un hilo de sangre en la sien… Desesperadamente lucha por acercarse adonde Camila le espera, olorosa a goma de sellos postales… A lo lejos se ve el Cerrito del Carmen…»