Así­ le nació la conciencia…


«Considero este Premio, no como un galardón hacia mí­ en lo personal, sino como una de las conquistas más grandes de la lucha por la paz.»

Rigoberta Menchú

Ricardo Ernesto Marroquí­n
ricardomarroquin@gmail.com

Cuando en 1992 el Comité Nobel de la Paz decidió otorgar el Premio a Rigoberta Menchú, se inició en Guatemala una fuerte campaña de desprestigio en contra de la galardonada. Uno de los primeros esfuerzos fue la desacreditación del contenido del libro «Me llamo Rigoberta Menchú y así­ me nació la conciencia», escrito por la antropóloga Elizabeth Burgos.

A partir del cuestionamiento de la veracidad de su relato, se intentó debatir la participación polí­tica de Rigoberta Menchú en organizaciones campesinas y revolucionarias como en el Comité de Unidad Campesina (CUC), por ejemplo. Una postura, por demás racista y machista, cuestionó las consecuencias para la imagen del paí­s que una mujer indí­gena y campesina alcanzara reconocimiento a nivel mundial a través de la obtención del Nobel de la Paz.

«Este Premio Nobel», aseguró Menchú en su discurso de aceptación del reconocimiento, «significa un portaestandarte para proseguir con la denuncia de las violaciones de los Derechos Humanos, que se cometen contra los pueblos en Guatemala, en América y en el mundo, y para desempeñar un papel positivo en la tarea que más urge en mi paí­s, que es el logro de la paz con justicia social».

También señaló: «Por eso sueño con el dí­a en que la interrelación respetuosa justa entre los pueblos indí­genas y otros pueblos se fortalezca, sumando potencialidades y capacidades que contribuyan a hacer la vida en este planeta menos desigual, más distributiva de los tesoros cientí­ficos y culturales acumulados por la Humanidad, floreciente de paz y justicia».

Independientemente del rumbo que ha tomado el activismo polí­tico de Rigoberta Menchú, ahora Doctora Honoris Causa por varias universidades a nivel nacional e internacional, es importante reconocer su trayectoria y su compromiso con muchas causas sociales fundamentales para el paí­s, como la lucha de las comunidades indí­genas y campesinas a favor de la defensa del territorio y su resistencia ante las actividades mineras en varias regiones del área rural.

Uno de los últimos esfuerzos de Rigoberta Menchú por romper paradigmas excluyentes, patriarcales y racistas, fue su candidatura durante el pasado proceso electoral, cuando se convirtió en la primera mujer indí­gena, proveniente además, de una familia campesina, en competir por la Presidencia de Guatemala.

Es evidente que la distinción del Nobel de la Paz para Rigoberta Menchú requirió del trabajo de muchas personas que presentaron e impulsaron su candidatura, y el reconocimiento no puede desligarse de la coyuntura polí­tica internacional que en los primeros años de la década de 1990 dio un tema preferencial a la situación de los pueblos indí­genas en América; tampoco se puede dejar por un lado la referencia al momento decisivo que viví­a Guatemala en 1992, cuando se habí­a emprendido un proceso de diálogo entre la guerrilla y el gobierno para alcanzar una solución pací­fica al conflicto armado interno.

Por supuesto que el premio Nobel de la Paz no convierte a Rigoberta Menchú en una persona infalible ni la libera de ser blanco de crí­tica. Como figura polí­tica es susceptible de ser cuestionada, criticada y fiscalizada. Sin embargo, el cuestionamiento a su posicionamiento y activismo polí­tico deberí­a realizarse a partir de argumentos serios que eviten reproducir criterios que fortalecen la errónea idea que las diferencias, en vez de complementarnos, nos dividen y constituyen un peligro para el desarrollo del paí­s.