Asesino de Romero recibió 400 dólares


Una niña scout está parada a la par de la escultura en honor de monseñor í’scar Romero, como parte de los actos conmemorativos por los treinta años de su muerte. FOTO LA HORA: AFP JOSí‰ CABEZAS

El gobierno y el pueblo salvadoreño conmemorarán hoy con actos masivos el 30º aniversario del asesinato del arzobispo í“scar Arnulfo Romero, por el que lí­deres de derecha pagaron a un sicario 400 dólares, según revelaciones de la prensa.


Una marcha realizada el fin de semana pasado en conmemoración del mártir de la guerra salvadoreña. FOTO LA HORA: AFP JOSí‰ CABEZAS

A las actividades coordinadas por el Arzobispado de San Salvador y la Fundación Romero se sumó por primera vez el gobierno, por decisión del presidente izquierdista Mauricio Funes, mientras las revelaciones de un capitán implicado en el homicidio han causado esta semana gran impacto en el paí­s.

Llamado «la voz de los sin voz» por denunciar la injusticia social, la represión militar y los escuadrones de la muerte, Romero fue asesinado al atardecer del 24 de marzo de 1980 cuando oficiaba misa en el hospital La Divina Providencia, de la capital.

Funes terminó con el silencio sobre el asesinato de Romero impuesto por la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA, derecha), que gobernó dos décadas hasta 2009, fundada en 1981 por el ahora fallecido mayor Roberto D»Aubuisson, señalado como el autor intelectual del crimen por un informe de la ONU.

Lí­deres de derecha pagaron 1 mil colones (400 dólares de la época) al sicario que asesinó a Romero, según reveló al diario digital El Faro el capitán Alvaro Saravia, lugarteniente de D»Aubuisson.

«Yo no conocí­a al tirador. Ese dí­a (el del asesinato) lo vi yo en el carro, meterse al carro de barba. Y después le fui a entregar yo personalmente los mil colones (400 dólares de la época)» que D»Aubuisson pidió prestados a un empresario, relató Saravia, rompiendo un silencio de tres décadas.

Proclamado por el gobierno como «Guí­a espiritual de la nación salvadoreña», Romero por primera vez y por decreto legislativo tendrá hoy su dí­a.

«Los anteriores gobiernos ignoraron el pensamiento y obra de monseñor Romero, pero este gobierno va a enmendar ese error histórico», declaró Funes luego de participar el sábado en una multitudinaria procesión por el pastor.

«Providencialmente le ha tocado a este gobierno y a mi persona, enmendar este error histórico de guardar silencio frente al asesinato y frente a sus asesinos materiales e intelectuales, de este gran salvadoreño», enfatizó el mandatario.

Los periódicos y televisoras ligados a la derecha por primera vez han dedicado grandes espacios a Romero, mientras los medios estatales -Canal 10 y Radio Nacional- han evocado al arzobispo con programas especiales.

Un gran impacto causaron las revelaciones hechas al periódico digital El Faro por el capitán Saravia, quien relató detalles del plan «Piña», implicando a empresarios y a Mario Molina, hijo del ex presidente Arturo Armando Molina.

«El tirador no salió del equipo de D»Aubuisson, sino del otro conspirador: Mario Molina, hijo del ex presidente Arturo Armando Molina (1972-1977). Mario Molina aportó el asesino, el arma y el equipo de seguridad», aseguró el Faro.

Saravia explicó que proporcionó a los asesinos el Volkswagen Passat color rojo y a su chofer Amado Garay para llevar a los asesinos hasta el hospital La Divina Providencia, y que participó en los preparativos del crimen.

Los actos conmemorativos concluirán hoy con una misa que será oficiada por todos los obispos salvadoreños en la catedral.

El Salvador aguarda el proceso de beatificación de Romero en el Vaticano, y la Conferencia Episcopal envió en fecha reciente una carta al papa Benedicto XVI solicitando acelerar la causa.

ASISTENTE «Ayúdame»


Ricardo Urioste fue asistente personal de í“scar Romero durante sus años como arzobispo. Pero inicialmente consideraba que Romero pertenecí­a al ala más conservadora de la Iglesia Católica.

Pero con una palabra, Romero lo convenció para que se sume a su equipo.

«Fui al seminario, toqué el timbre y quien me abrió la puerta fue monseñor Romero. Por supuesto, lo saludé, pero él me respondió con una sola palabra: «Ayúdame». Pero me lo dijo con tal humildad, con tal sinceridad», cuenta Urioste.

Además, no tardó mucho en darse cuenta que Romero se sentí­a cercano al pueblo salvadoreño.

«Me acuerdo una ocasión cuando preguntó algo a los «cerebros» del arzobispado, a los que consideraba más inteligentes, y ellos le respondí­an. í‰l sólo tomaba notas. Después de una hora y media, terminó la reunión y él bajó las escaleras del seminario. Habí­a un hombre pidiendo limosna. Y monseñor Romero se le acercó. ¿Y qué hizo? Le preguntó a ese hombre lo mismo que nos habí­a preguntado a nosotros durante la reunión. Y lo que entendí­ en esa actitud es que él querí­a escuchar a la iglesia de la calle.»

CAMPESINA Intento


A sus 93 años, Francisca Gutiérrez, una campesina de la zona norte de El Salvador, recuerda el dí­a que monseñor Romero vino a visitar su pueblo, Los Sitios Arriba.

Dado que se pensaba que la zona era un bastión de la guerrilla, un cordón militar intentó detener el paso del arzobispo ese dí­a de 1979.

Pero Francisca y otros habitantes se acercaron a donde habí­an detenido a Romero. Y empezaron a cantar.

«Mi hijo me decí­a: «Cállate mamá, esas son canciones de protesta». Pero yo cantaba: «No tenemos miedo, no tenemos miedo». Así­ fue. Y al final lo dejaron pasar. Tuvimos un hermoso dí­a con él. Fue la última vez que vino».

CHOFER Puntualidad


Salvador Barraza fue durante años el chofer personal de Romero. Lo acompañaba en sus visitas pastorales a todo el paí­s e incluso al extranjero.

Barraza dice que eran amigos y se divertí­an mucho, pero que la disciplina de Romero se hací­a notar.

«Moseñor Romero era relojito, muy puntual y yo era todo lo contrario. Una vez tení­amos que ir creo a Guatemala y él, a las cinco de la mañana, ya estaba listo. Y yo tranquilo, en la cama, bien dormido. Mi sobrina me tocó la puerta y me dijo: «Â¡Ahí­ está Monseñor!»… Entonces me vestí­ y salí­ corriendo.

«Y cuando í­bamos llegando a una gasolinera en Santa Ana, me dijo: «Vé a lavarte, si sólo te vestiste y saliste». Era muy estricto y muy exacto», recuerda Barraza.