Asedio de sintetizadores que sustituyen a músicos


Afiche de la comedia musical

Mientras que los espectadores disfrutan de la acción dramática de West Side Story, en el foso de orquesta se desarrolla una batalla casi tan dura como la de las bandas rivales de la comedia musical.


Es, sin embargo, una pugna de alto nivel, entre músicos formados y un sintetizador que amenaza con robarles los puestos de trabajo pasando a ejecutar la partitura del famoso musical de Leonard Bernstein y prescindiendo de ellos.

Sintetizadores sofisticados y grabaciones manipuladas por computadoras están sustituyendo a las orquestas tradicionales. Suenan parecido a los músicos reales y cuestan mucho menos, ventaja importante a la hora de salir de gira.

Hasta mediados de julio, cuando los productores de «West Side Story» anunciaron que un sintetizador reemplazarí­a a tres violinistas y dos violoncelistas –es decir a la mitad de las cuerdas de la orquesta– el violinista Paul Woodiel pensaba que el repertorio clásico era invulnerable.

«Yo conocí­ y estudié con Leonard Bernstein, y estoy casi seguro de que no hubiese tolerado esto. Esto no es un café-concierto, no estamos en Las Vegas. Estamos en Broadway y Leonard Bernstein fue un grande», dice.

Los sintetizadores existen desde hace décadas, sobre todo en música pop, pero hasta el momento no habí­an logrado entrar en el mundo de la música clásica.

Hay programas de computadora capaces de leer y ejecutar partituras, una mina de oro para compositores que ahora pueden escuchar lo que escriben.

Otros permiten al director de orquesta controlar la velocidad del ritmo de la máquina que ejecuta, de la misma manera que antes lo hací­a con los músicos humanos.

«Lo que importa es ganar plata y los productores quieren ganar tanta como sea posible, dijo Mike Levine, editor de Electronic Music Magazine.

Según un pionero de la música virtual, Paul Henry Smith, de la «Orquesta Falsoharmónica» (Fauxharmonic Orchestra), la tecnologí­a seguirá mejorando cada vez más y ese progreso es imparable.

El sistema de Smith utiliza el muestreo digital, alimentado por una base de datos de más de dos millones de notas individuales, grabadas en una variedad casi infinita de tonos y estilos. «Es algo delirante», asegura el experto.

Para muchos es una estafa a espectadores que pagan entradas de 100 dólares o más para ver el espectáculo con la música tal como la habí­a concebido Leornard Bernstein.

Sarah Franklin, una talentosa violinista de 24 años, participó en una gira de cinco meses por América del Norte con el musical «Camelot», presentado con una orquesta de apenas cuatro personas.

«Yo tocaba el violí­n, habí­a un cello, un corno y un director con una computadora», cuenta. La computadora, mediante un programa llamado Norton, tocaba el resto de la orquesta semivirtual.

A menudo, el sistema se caí­a, dejando abruptamente a sólo tres músicos que seguí­an tocando, pero a pesar de los percances, el público norteamericano por lo general ni se da cuenta.

«Cuando la gente nos veí­a en el foso de orquesta después del espectáculo, nos decí­a: ¡sonaba como si fuesen muchos más!» Los músicos sentí­an vergí¼enza ajena y salí­an del paso diciendo que los demás ya se habí­an ido.

Un aficionado puede detectar inmediatamente la diferencia entre la música real y la fabricada con computadora. Woodiel compara la música de sintetizador a «hacer el amor con un cadáver».

Pero los programas de orquestas virtuales son sin duda un nuevo instrumento y una herramienta importante para los compositores que «convierten ideas en sonido» y crean música que luego interpretarán orquestas humanas.

«No siempre es algo negativo», dice Smith. «Es algo que se está desarrollando y expandiendo sus posibilidades».

Peter Reit, que toca el corno en la orquesta de Broadway que acompaña al «El Fantasma de la í“pera», donde dos violines fueron reemplazados por un sintetizador, tiene una visión más cruda y pesimista de este tipo de espectáculo realizado con mentalidad empresarial.

«Si pudiesen –asegura– nos reemplazarí­an a todos con un instrumento electrónico, se lo impondrí­an al público y harí­an aún más dinero».