Arte marginal


A lo largo de la historia, casi siempre los conceptos se han manejado en dicotomí­as que, ante la falta de alternativas, se muestran como contrarias e, incluso, irreconciliables. Si algo es bueno, lo contrario es, forzosamente, lo malo.


Asumir esta premisa es tan fácil para la cultura occidental que hasta resulta obvia. Eso es porque prácticamente nuestros sistema de valores ha sido fundamentado de esa manera. Todo inicia desde la tradición griega, fundamento de nuestra cultura occidental, de donde surgen los sistemas de valores que, hoy dí­a, aún consideramos «aceptables». La triada: justicia, belleza y verdad, fue concebida por el mismo Platón como los ejes fundamentales de lo bueno.

Estas categorí­as de «lo bueno» han ido modificándose a lo largo de la historia, según el gobernante de turno. Esta cultura hegemónica también ha ido decidiendo, en cuestión del arte, qué es lo que «vale la pena» representar en la expresión artí­stica.

En la Edad Media y Renacimiento, por ejemplo, era más visible la expresión «arte cortesano», para representar la forma del arte que se da en las cortes, es decir, por las personas que pagaban por arte en esos tiempos. El artista era, pues, una especie de mercader que ofrecí­a su producto a quien lo pudiera pagar.

Sin embargo, el artista, usualmente, durante la historia, ha peleado con esta cultura hegemónica, ya que el arte supone cierto grado de libertad, el cual es truncado por esa sobrevivencia del arte cortesano.

De vez en cuando, hay artistas que se salen de lo establecido, y buscan otros cánones, ya que su deseo de libertad los ha llevado a desafiar a la hegemoní­a.

En esta ocasión del Suplemento Cultural de Diario La Hora, ofrecemos unas reflexiones en torno a un poeta y dramaturgo español que valoró la marginalidad en vez de enfocarse en lo que siempre se alababa: Federico Garcí­a Lorca.