El arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, que festejará sus 100 años en diciembre, quiere continuar «sorprendiendo y emocionando» al público con sus proyectos en curso en Brasil y el exterior.
«Lo que importa cuando se hace un proyecto es sorprender. La arquitectura es hecha por los gobiernos para los ricos. Los pobres no participan pero podrían detenerse ante un edificio tan diferente que les daría un momento de sorpresa y de emoción», dice el diseñador de Brasilia en su oficina de Río de Janeiro.
Niemeyer todavía pasa las tardes trabajando sobre su mesa de dibujo en su taller de grandes ventanales frente a la playa de Copacabana.
«Yo dibujo solo. La arquitectura es muy personal. Cada arquitecto debe tener su propia arquitectura, hacer lo que quiere y no lo que los otros quieren que haga», dice Niemeyer entre dos pitadas de un cigarrillo que sostiene una mano ligeramente temblorosa.
La inauguración, el jueves pasado, del Teatro Popular de Niteroi, ciudad situada frente a Río de Janeiro, dio la señal de largada a los festejos de su centenario, el 15 de diciembre. Como la mayoría de sus obras, cuyas líneas «curvas y sensuales» son «un homenaje al cuerpo de la mujer brasileña», el teatro es un edificio curvilíneo que evoca una mujer acostada sobre el césped.
«La belleza es indispensable en arquitectura y en eso la mujer es fundamental. En mi juventud decía que cuando uno está con una mujer, no importa nada más. Luego me di cuenta que era una visión algo egoísta», dice Niemeyer, quien se casó en segundas nupcias en diciembre pasado con su secretaria Vera Lucia Cabrera, de 60 años.
Su nieto, el fotógrafo Kadu Niemeyer, acaba de organizar una exposición en el Museo del Paso Imperial, en el centro de Río. Es una retrospectiva de los 70 años de carrera de su abuelo. Croquis, bosquejos, maquetas y fotos ilustran cerca de 400 proyectos arquitectónicos, más de 70 de ellos en el exterior (Francia, Italia, Argelia, Israel y Estados Unidos, entre otros).
Francia, que lo acogió durante algunos años cuando lo perseguía la dictadura brasileña, tiene 16 obras de Niemeyer; entre ellos la sede del Partido Comunista en París (1965) y la Casa de Cultura de Havre (1972), con una profundidad de cuatro metros «para proteger mejor del viento y el frío».
«Cuando le solicité al alcalde bajar la plaza cuatro metros, me miró espantado, pero se lo dije con tanta convicción que lo hizo», recuerda divertido Niemeyer. «Y ahora esa obra es considerada uno de los diez proyectos arquitectónicos más importantes del mundo».
Tras una fractura de pelvis en diciembre pasado Niemeyer no se puede mover demasiado pero conserva el mismo entusiasmo: «Intento resistir, adaptarme. Intento pensar como un joven, es diferente. Tengo el mismo interés por la vida que cuando era joven. Mi receta es no aceptar la vejez, pensar que uno tiene 40 años y actuar de esa manera».
Este artista que se declara «comunista convencido», acaba de regalarle al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, un proyecto de monumento en homenaje al prócer Simón Bolívar, que será «una de las mayores estructuras de hormigón armado del mundo».
«Chávez es importante en la región frente a un presidente (norteamericano) Bush cada vez más violento», dice Niemeyer, amigo personal de Fidel Castro. El arquitecto ha concebido una plaza y un teatro para el pueblo cubano en La Habana, diseño por el que siente un cariño especial.
«Ahora digo que la vida es un suspiro, es más importante que la arquitectura. Debemos saber que estamos de paso, que la vida está llena de placeres pero también de dolores. Sobre todo debemos vivirla de manera honesta», dice Niemeyer.