En el centro de la atención se sitúa una ley controvertida, refrendada el 19 de abril por la gobernadora del estado de Arizona, la republicana Jan Brewer. Un día antes moría apuñalado en el estado de New York, en las calles del barrio de Queens, el migrante guatemalteco Hugo Talé al defender a una mujer blanca que era asaltada. La tensa calma sobre el dilema de la migración hacia el país del norte, especialmente de flujos constantes de latinoamericanos, se rompió como la piedra que se deja caer sobre un manto de agua, distorsionando y transformando la superficie en miles ondas que confluyen a partir de un centro que se vuelve caótico. La irrupción que produjo este instrumento jurídico de registro SB-1070 cuyo objetivo es la caracterización racial, pone de tajo sobre la mesa del debate, la doble moral de la política estadounidense sobre su actuación al respecto del fenómeno de la migración. Por un lado se exalta la riqueza cultural de los latinos en la sociedad norteamericana, con todo y adornos políticamente correctos y útiles como la celebración del Día de la Hispanidad, la inclusión de personas de ascendencia latina en el gabinete de Gobierno, la incorporación de las reivindicaciones migratorias en el discurso de las campañas electorales; y al darle vuelta a la misma tortilla se revelan realidades que van desde el racismo sutil y evidente de la América blanca, las bandas reaccionarias minuteman que resguardan la frontera de ese país con México, pasando por la defensa oficiosa y patrocinadora de los senadores republicanos John McCain y Russell Pearce de dicha Ley, hasta la parsimoniosa respuesta de la administración Obama, ante un movimiento categórico en el tablero, que reta de frente su urgente posicionamiento.
La paradoja resuena de fondo: una sociedad construida y formada a partir de enormes flujos de migración, hoy se debate sobre la posibilidad de reprimir a los nuevos protagonistas del éxodo, hoy día ser indocumentado se ha vuelto sinónimo de criminal. Las fronteras se abren para los capitales y se cierran para la gente. Las ondas desatadas por la piedra conservadora que defiende a ultranza la blancura americana, revelan distintas contradicciones y variables que yacen desde la superficie hasta el fondo del cuerpo de agua irrumpido. Por un lado deja al descubierto la alta presión sociopolítica que se viven en los estados fronterizos entre México y Estados Unidos, algo que no es nuevo pero que recientemente se ha visto compleja por la guerra contra al narcotráfico que se dirime en dicha zona. Así también la impugnada Ley Arizona bien puede ser un gesto de la política republicana en una suerte de contraataque hacia la política demócrata, en el marco del reciente logro de la administración Obama con la reforma al sistema de salud y seguridad. Una arista más puede ser en el propio partido republicano como razón para apuntalar liderazgos locales. Por otro lado, la controversia está concitando a cientos de voces de rechazo en todo el hemisferio, que van desde grupos de defensa de los derechos humanos, pasando por líderes políticos y el alicaído Secretario de la OEA, la oportunidad de hacer el mapa de defensa y oposición al tema es ideal.
El sostenimiento de la economía de estados sureños a manos de los conglomerados de migrantes no es un tema menor en el marco de un país que sale de una crisis financiera de orden global. La tensión política entre la dimensión federal y estatal, puede llevar a causar pequeñas fisuras en un sistema de granítica constitución. La respuesta tímida y cauta de la administración Obama, revela la necesidad de ganarle tiempo a la definición de la propuesta demócrata de reforma a la Ley de Migración con un alcance y naturaleza, que solo se podrá interpretar en el contexto de su política nacional de seguridad y sobre el horizonte aún lejano de las elecciones. En este sentido coincido parcialmente con Andrew Selee del Woodrow Wilson Institute, si bien aún es temprano para dimensionar el caudal electoral alrededor del tema migratorio, como factor para elevarlo a la agenda nacional, actos reaccionarios como la Ley Arizona puede forzar la reconfiguración de la dicha agenda. Una contradicción más es de orden sistémico; es claro que el espíritu de un instrumento como la Ley Arizona contraviene el modelo constitucionalista, va directo contra el valor liberal de la equidad e igualdad, se pone en curso de colisión la moral conservadora contra el liberalismo institucional.
En fin la piedra que produjo estas ondas en el agua también ofrece la oportunidad de observar un riesgo inminente, el impulso reaccionario de mentes xenófobas puede desatar una dinámica de represión sin punto de retorno, esa misma piedra que se irá al fondo, dejó el agua revuelta.