El novelista y crítico guatemalteco Arturo Arias recientemente recibió el Premio Nacional de Literatura «Miguel íngel Asturias» de este año, que sirve para terminarlo de posicionar como uno de los más importantes escritores vivos de nuestro país.
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En entrevista con Diario La Hora, comentó sobre las emociones del premio, su obra y sobre su visión de la literatura y de Guatemala.
P.: ¿Le motiva el premio?
R.: Desde luego. Todos sabemos que cualquier premio en el mundo entero es subjetivo, pero no por ello deja de ser una delicia recibirlos. Como decía don Luis Cardoza, uno escribe para que se metan con uno, y una de las maneras de meterse con uno es también reconocer la calidad de la obra producida y premiarla. Si uno es duro y ético, puede escribir casi toda una vida pese a ser ignorado, invisible, no publicado o agredido, pero aun así, merece ciertas recompensas que motiven la existencia y justifiquen el sacrifico.
Pregunta: En primer lugar, quisiera conocer sobre la forma en que recibió la noticia del Premio, es decir, cómo se lo notificaron y cuál fue su emoción en el momento.
Respuesta: Me lo notificó Francisco Morales Santos por correo electrónico, un 12 de septiembre que estaba trabajando en casa. Fue un gustazo inesperado. No lo tenía pensado ni previsto. Por lo menos, no para este año en particular. Me llenó de placer y de orgullo. E hizo que mi mujer brincara de alegría.
P.: A modo de broma, me parece que tanto usted como anteriores galardonados se lo han tomado como que, tarde o temprano, se recibiría, sin que esto sea realmente una pedantería. ¿Qué verdad amarga hay detrás de esto?
R.: No se trata de verdades amargas ni mucho menos. Yo me considero una persona alegre. Sobre todo en mi vida personal. Se trata más bien de que cuando uno llega a cierta edad, y sabe que es uno de los que ha trabajado con alguna distinción en este oficio, este tipo de reconocimientos tiene que llegar tarde o temprano. Es la ley de probabilidades. Sorpresa es cuando llega a una edad muy temprana, o con muy poca obra acumulada. Pero si uno tiene la trayectoria y la obra, es cuestión de saber que en algún momento tiene que tocar, a menos que, por mala suerte, se le adelante la muerte.
P.: ¿Considera que se merecía el premio antes?
R.: No, en el sentido de que el premio no se da ni por edad ni por orden de estatura, ni por orden de gordura. Se da por lo realizado a lo largo de toda una vida de escritor. El reconocimiento de esto no tiene fecha de caducidad ni de inicio. Basta con que se junten los dos factores necesarios: por un lado, la obra del autor. Por el otro, el jurado que valore la obra de ese mismo autor. Cuando esto se da, sale el premio. Si esto no se da, no sale. Pero si la obra esta allí y no sale con la composición de un jurado, ya saldrá con la composición de otro. Es inevitable, como lo es que después del verano vuelvan las lluvias.
P.: No sé si usted comparte este punto de vista, pero con el Premio a su persona, se cierra el ciclo, al menos dentro de este galardón, para escritores que se iniciaron dentro de la narrativa que surge del conflicto armado interno. La pregunta va dirigida hacia ¿quién falta por ser reconocido?
R.: Yo creo que nosotros nos iniciamos como escritores hacia principios de los setenta porque era cuando rozábamos los 20 años y poquito en la mayoría de casos. Sucedió que nos tocó vivir el conflicto armado interno. A otros les tocó o les ha tocado vivir otros acontecimientos. Uno no escoge el año en el cual nace, ni mucho menos los eventos que le tocan vivir. Pero, con escasísimas excepciones en el mundo entero, suele escribir sobre lo que le tocó vivir, comentándolo, criticándolo, celebrándolo, odiándolo, regocijándose en ello, pero lo que le tocó vivir. Sucede que por ser chapines nacidos alrededor del medio siglo nos tocó vivir el conflicto armado interno y escribimos sobre eso. Creo que falta un premio póstumo para Luis de Lión, que muy bien se lo merece. El Ministerio de Cultura debería realizar un homenaje a su persona y apoyar a su familia como resultado del alevoso asesinato cometido en su contra.
P.: En adelante, ¿hacia dónde debería estar enfocado el Premio, es decir, a qué escritores debería considerarse?
R.: A los que nos siguen en edad y que tengan obra de calidad, sin importar la temática de la misma. Habría que intentar premiar más escritores mujeres, más escritores mayas, siempre y cuando se justifique el premio por la calidad de la obra. Hay que contribuir a romper el círculo machista-ladino-hétero que le pesa al país en casi todas sus instancias. Pero esto no quiere decir tampoco que si existen excelentes escritores que sean hombres, ladinos y héteros, no se lo den a ellos. Se lo merecen también. Y me consta que existen. Prefiero no citar nombres para no caer en el error de olvidarme de alguno, pero existen.
P.: Hablemos un poco de su obra. Sus novelas parten de una región eminentemente guatemalteca, pero no por ello se vuelve localista, sino que trasciende a ideas universales. ¿Ha sido esta su intención?
R.: Desde luego. Toda la literatura comienza siempre en lo local, porque parte de la experiencia personal e intima del escritor. Son jeroglíficos emocionales. Pero todo escritor aspira a que se le pueda leer en cualquier parte del mundo y generar la empatía de los lectores. Parte de la magia es trascender el tiempo y el espacio. Cuando leemos ahora a Dostoievsky, por ejemplo, sentimos el frío de San Petesburgo aunque nunca hayamos estado allá, y conectamos con los personajes, aunque sean rusos del siglo XIX. Cualquier autor serio aspira a este tipo de empatía e identificación por parte de un lector. Desde luego no todos lo logran, por diversas razones. Pero ello no niega que sea la meta que se fijan todos los escritores serios.
P.: ¿Cuál considera que es su novela (o novelas) esencial, y por qué?
R.: Para mí todas lo son, porque son las mías. Son mis hijas. Sólo un padre malo diría que una hija es guapa y la otra fea, que una hija es brillante y la otra tenta. Un padre quiere por igual a todas sus hijas, y ve en todas la prolongación de sí mismo. De allí que no me corresponda distinguir a mí. í‰se es trabajo de los críticos de mi obra.
P.: ¿Qué obra se publicará como parte del premio, y por qué se eligió?
R.: «Sopa de caracol». Parecía ser la obra más indicada por lo tratado en la misma, y por el momento histórico coyuntural del premio. Tampoco cabía lanzar una novela nueva, inédita. Eso corresponde en otros espacios.
P.: Otra idea que me surge, es que su obra está llena de humor, de desacralización de mitos, carnavalización, intertextualidad…, pero esto está utilizado con un sentido: el de hallar una explicación sobre nosotros mismos, es decir, como guatemaltecos.
R.: Y de burlares de nosotros mismos, como guatemaltecos, porque un importante sector poblacional ladino es pomposo, engreído, lleno de sí mismo, y siempre ve la paja en el ojo ajeno pero nunca en el suyo. Por ello el chiste de la olla llena de cangrejos, que los chapines son como los cangrejos, que se puede dejar la olla destapada porque ellos mismos se jalan todos para abajo para impedir que nadie se salga de la olla. O aquel otro, de que si se juntan dos griegos, fundan un restaurante, pero si se juntan dos chapines, fundan un partido político. El humor es desacralizador. Corroe la pretensión, los tufos, el falso vestuario, y permite llegar a la verdad. Se trata también de un principio ético. De una táctica de ir en contra de los parámetros y juicios tradicionales que se enquistan en la sociedad, y que enquistan a los seres humanos como células malignas en los cuerpos sanos. Esto implica un rompimiento del provincialismo y aceptar la palabra del otro, del sujeto que no es como nosotros para buscar puntos de contacto. No podemos convertirnos en ese otro, ni el otro puede convertirse en nosotros. Pero podemos encontrar puntos de contacto, en los cuales se establece la empatía humana.
P.: Dentro de su obra, hay un gusto por el recurso discursivo, el cual es una característica poco común dentro de la literatura guatemalteca. ¿De dónde surge este estilo de narrar?
R.: Me encantó siempre el hablar del pueblo, las diferentes maneras de decir las cosas, los giros inusuales que marcan las diferencias sociales, el jugueteo con el lenguaje en todas sus formas. Trato de registrarlo en mi obra. A mí no me interesa hablar Yo, con «Y» mayúscula, sino que por mi obra hablen los diferentes segmentos del país. Eso implica escucharlos y reconstruir su habla en mi escritura.
P.: Asturias fue uno de los que abordó el problema de la identidad, la revisión de la historia de Guatemala, aunque esto aún no se ha terminado de entender, o al menos, de difundir. ¿Va usted por la misma línea de codificar en sus obras la identidad y la historia, pasando por el mestizaje?
R.: Creo que ya pasé esa etapa. Quedó plasmada sobre todo en «Jaguar en llamas». Ahora ya me muevo por otros espacios, porque ya no creo en una sola identidad, en una sola historia, y muchos menos en el mestizaje, que fue una fallida ideología copiada del México revolucionario de los años veinte. Creo que me voy refugiando cada vez más en lo personal, y haciendo mis paces privadas con la vida y su flujo, en vez de intentar capturar ese mítico animal llamado «identidad nacional. Aunque sí creo en el Estado plurinacional y multiétnico, siempre que sea de verdad y no sólo una frasecita para tirar por aquí o por allá.
P.: ¿Qué tiene preparado Arturo Arias para próxima (o lejana) publicación?
Dos novelas. «Arias de don Giovanni» y «Lux Aeterna». La primera está completamente acabada y buscando editor. La segunda necesita una última pasada.
P.: Aunque hay varias personas que se animan a comentar o reseñar textos literarios, existe poco ejercicio de crítica literaria en Guatemala, y, peor aún, casi no hay publicaciones sobre ello. Usted, como parte de su ejercicio literario, se ha destacado como crítico, tal vez el mejor de su generación.
R.: Porque me gano la vida como profesor universitario. Cada quien trabaja en lo que puede, y en aquello que le deje tiempo para escribir. Para mí, ser profesor es ideal, porque me da el tiempo necesario para mantenerme encima de mis novelas sin morirme de hambre.
P.: ¿De qué sirve la crítica literaria en un país que, de por sí, es poco crítico en todos los ámbitos del ejercicio humano?
R.: Sirve para profundizar el conocimiento. Como dije ya en alguna otra entrevista, es enseñar el amor por la literatura, explicar los diseños generales de la narrativa de diversos autores que pueden gustarnos, recopilar textos inéditos o bien elaborar ediciones «críticas», lo cual implica hacer la edición definitiva de textos importantes cuyas ediciones originales salieron llenas de erratas o incompletas; es también problematizar la relación entre la producción literaria, la cultura y la sociedad, a manera de que se ubique a la misma en su justa dimensión; se le enseña al estudiante a investigar, a hacer trabajo de archivo, a leer los textos con extremo detalle y con sumo cuidado, a regodearse con la belleza de las palabras pero también a pensar críticamente en el sentido de que no les den atole con el dedo sino aprendan a conocer su sociedad y su cultura para problematizarla y contribuir a mejorarla, y es también enseñar la vocación de escritor a quien la tiene. No somos «críticos.» Somos académicos, mentores, profesores. En este sentido, del trabajo académico, lo menos es dar clases. Estoy en el comité ejecutivo de mi departamento, en el del comité de estudios de postgrado, y en el del Instituto de Estudios Latinoamericanos Lozano Long. Todo eso implica reuniones de planificación y desarrollo. Además, estoy organizando una conferencia grande para fines de febrero llamada «Modernidades problematizadas: Experiencias indígenas y afrodescendientes en América Latina,» para la cual vendrán expertos de todo el mundo. La logística organizativa es impresionante por lo vasta y compleja. Además, tenemos que publicar continuamente artículos académicos y re-escribirlos varias veces luego de revisiones y recomendaciones editoriales. Encima, estoy dirigiendo tres tesis de doctorado, y tengo que preparar mis clases.
P.: ¿Y de qué sirve un escritor en un país analfabeta, que no lee; en un país donde nadie alza la voz de manera inteligente?
R.: La «literatura», entendida en su sentido más amplio, como textualidades narrativas, o sea, como mecanismos simbólicos para articular imaginarios sociales, nos permite definirnos como sociedades humanas. El sujeto humano no puede aparecer fuera de su colectividad, como ya dijimos. La literatura sirve para conformar una visión imaginaria del mundo, tal y como un grupo social dado lo entiende. Todos los grandes libros que nos hablan de génesis, del inicio del mundo, son literatura: la Biblia, el Popol Wuj, el Ramayana, Watunna, Diné Bahané, y otros más. La función literaria no ha variado mucho a partir de allí.
P.: ¿Cómo se ve Guatemala, al menos dentro de su obra?
R.: Bueno, esa pregunta le iría mejor a un crítico que a mí. Porque el mismo autor no sabe hasta qué punto ha logrado plasmar su visión o no en su obra. Pero para mí, Guatemala es un país que se estancó moral y éticamente en 1954, por cliché que esto parezca. Ha existido crecimiento económico desde entonces, en los sesenta, y en los noventa. Pero es un país fracturado. El crecimiento económico sólo beneficia a un pequeño grupo, que se encarga de impedir que otros se beneficien. Y lo que es peor, la cultura de la violencia y la impunidad se han entronizado. Primero, durante la guerra, en el Ejército, y ahora, en la paz, entre diversos grupos sociales que incluyen los narcos, diferentes maras, y desempleados que viven del crimen. Es un país que se ha vuelto progresivamente invivible, porque no se puede salir sin garantías de volver vivo a su casa, de que no le roben, de que no violen a las mujeres, de que no se enferme de los bronquios por la excesiva polución, de que no sufra un ataque de nervios por el excesivo trafico. Queda tan sólo el recuerdo de lo que pudo ser y nunca fue.
P.: ¿Cómo se considera en su estatus migratorio? ¿Exiliado, desplazado, turista??
R.: Ciudadano del mundo, aventurero global, hijo de las Américas, nacido en Mayalandia con cólera vietnamita y energía judía, alma chapigrinlatinizada que se siente en casa en Tokio o en Madrid, vagando por todas las culturas, siempre en tránsito, siempre sediento de vida, compenetrándome de todos los lugares donde he vivido, brasileño en el Brasil, mexicano en el D.F., parisino en dicha ciudad, pero marcado sobre todo por la estirpe maya que me centra y no me deja olvidar nunca de dónde vengo ni para donde voy. Un escritor siembre es simbólicamente esquizofrénico. Es mucha gente, tiene en mente muchas voces, siempre, y son contradictorias como la vida misma. Los seres humanos no son racionales. De allí que sus pulsaciones, emociones y pasiones los jaloneen en diferentes direcciones a la vez. Allí voy, pues, jaloneado, a ver hacia dónde, y a ver hasta cuando.
P.: ¿Qué es de la literatura guatemalteca actual? ¿Hay brechas generacionales?
R.: No tanto como las que tuvimos nosotros con nuestros predecesores. Fuimos huérfanos. Nuestros abuelos, Luis Cardoza, Asturias, Monterroso, Monteforte Toledo, se fueron al exilio y los conocimos ya muy tarde en nuestra vida. Nuestros padres como Otto Rene Castillo o Roberto Obregón los mataron en los sesenta. Entonces crecimos huérfanos, nos hicimos escritores como bien pudimos, y la mayoría en el extranjero, con diferentes modelos, aunque todos inconscientemente moldeados por la naciente cultura globalizada que despunto en los sesenta con los Beatles, los Rolling Stones, y las experiencias políticas de dicha década. Ahora cualquier escritor joven que lo desee puede conectarse con cualquiera de nosotros, platicar, escribirnos un e mail, plantearnos un proyecto, en fin. No veo la brecha. Aparte es que algún joven no quiera meterse con nosotros. Es su derecho, pero no es porque no pueda.
P.: ¿Y qué hay de la literatura centroamericana?
Mucha riqueza. Pasa por un buen momento. Tenemos excelentes autores y autoras. Pero a nivel mundial es aún desconocida. Se conoce a Sergio Ramírez. A alguno que otro más, pero no tiene aún el reconocimiento crítico que bien se merece por la calidad de su producción. Eso se debe en parte a lo que hablábamos: a falta de reflexión critica. También a que las editoriales centroamericanas son casi inexistentes y no tienen peso promocional en las grandes ferias internacionales de libros.
P.: Hablando de Sergio Ramírez, para él el concepto de «literatura centroamericana» no debería existir, porque existen las figuras, no los grupos. ¿Está de acuerdo?
R.: No. Hay que explicar eso de las figuras. Para mí la literatura es como el futbol. No basta con una figura. Se necesitan once jugadores en la alineación más los suplentes, y una figura nunca va a hacer que un equipo gane un Mundial. Pero tampoco creo en grupos promocionales que se organizan para publicarse entre ellos, un equipito de barrio. Creo en la obra que esta allí, presente, la obra de autores centroamericanos. í‰sta existe. Y la región centroamericana está configurada como tal. Eso lo argumento en mi último libro académico, «Taking Their Word». Creo que por mucho que un autor quisiera, no puede dejar de ser representativo de una region del mundo. Por ejemplo, si Orham Pamuk no fuera representativo del conflicto occidente/medio oriente nunca le hubieran dado el premio Nobel, independientemente de que sea un excelente escritor. A Neruda se lo dieron en el momento de la Unidad Popular, independientemente de que sea excelente poeta. Vicente Aleixandré lo ganó por ser el único sobreviviente de la Generación del 27, en un momento en que se quería premiar la transición española. Y así va la cosa. Entonces es mejor asumir la región y asumirnos escritores centroamericanos. Nos da más fuerza y visibilidad.