Argumento en verdad peregrino


Si diéramos validez al argumento de Daniel Ortega, justificando la reelección con el hecho de que su programa de gobierno no se puede ejecutar en un perí­odo presidencial, todos los gobiernos del mundo deberí­an ser a perpetuidad porque aun en los paí­ses más desarrollados nadie puede ejecutar ningún plan de gobierno completo en un perí­odo. Además, Ortega dijo que la oposición se pasó 16 años montando un modelo neoliberal y que para desmontarlo él requiere más tiempo.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Similar visión de Nicaragua debe haber tenido la dinastí­a de los Somoza al suponer que fuera de ellos nadie podí­a dirigir al paí­s y de esa cuenta no sólo se produjo la prolongada dictadura del viejo Tacho Somoza, sino que también la de sus dos hijos, Luis y Tachito. Hizo falta que el pueblo, y con ellos el movimiento sandinista de Ortega, pusiera un hasta aquí­ para detener esa terrible situación, pero por lo visto no se quiere aprender de la historia y ahora es Daniel Ortega quien pretende reeditar los vicios de la dictadura de Somoza.

Todos nuestros paí­ses han tenido demasiados años de malos gobiernos como para dar argumento a cualquiera que pretenda eternizarse en el poder diciendo que tras tanta desgracia, se impone un prolongado perí­odo de estabilidad bajo la dirección medio mesiánica de un polí­tico que se erige en dictador, sea por propia mano o porque establece una especie de dinastí­a familiar, modalidad que también está proliferando en América Latina.

Cualquiera que llega al poder tiene que sentir que no le alcanza el tiempo del perí­odo, sea para completar sus sueños de mejorar el paí­s o simplemente para levantarse todo lo que pueda, porque de todo hay en la viña del Señor. Nadie, absolutamente nadie, está contando las horas para dejar el cargo y pasar a situación de retiro, porque son muchos los beneficios y ventajas que implica el ejercicio del poder y se sabe de la forma en que se deprimen los que lo tienen que entregar al final de su mandato, notando que el cambio de vida es fundamental.

Pero de eso a que los pueblos tengan que modificar su legislación constitucional para allanar el camino a la reelección o a la consolidación de dinastí­as familiares hay enorme diferencia y no se puede aceptar el peregrino argumento que esgrimió Daniel Ortega. Ese argumento suyo, si lo aceptáramos, justificarí­a la existencia de los Carrera, los Barrios, los Estrada Cabrera, los Ubico, así­ como los Somoza, los Hernández, los Carí­as, Trujillo y Batista, para citar algunos de los más cercanos.

Todos ellos pensaron en su tiempo que necesitaban más de un perí­odo para ejecutar sus ambiciones, cualesquiera que éstas hayan sido, y todos se impusieron violentando la ley y pisoteando el principio de la no reelección que ha sido parte de la costumbre constitucional de nuestros pueblos. La lista de dictadores es interminable y uno podrí­a llenar columnas enteras simplemente poniendo los nombres, uno tras otro, de los endiosados que llegaron a considerarse indispensables y que pensaron que ellos o sus parientes tení­an la misión medio divina de gobernar a sus pueblos. Pero tragarse ese argumento serí­a no sólo signo de cobardí­a cí­vica, sino que también de desconocimiento de la miseria humana.