Si diéramos validez al argumento de Daniel Ortega, justificando la reelección con el hecho de que su programa de gobierno no se puede ejecutar en un período presidencial, todos los gobiernos del mundo deberían ser a perpetuidad porque aun en los países más desarrollados nadie puede ejecutar ningún plan de gobierno completo en un período. Además, Ortega dijo que la oposición se pasó 16 años montando un modelo neoliberal y que para desmontarlo él requiere más tiempo.
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Similar visión de Nicaragua debe haber tenido la dinastía de los Somoza al suponer que fuera de ellos nadie podía dirigir al país y de esa cuenta no sólo se produjo la prolongada dictadura del viejo Tacho Somoza, sino que también la de sus dos hijos, Luis y Tachito. Hizo falta que el pueblo, y con ellos el movimiento sandinista de Ortega, pusiera un hasta aquí para detener esa terrible situación, pero por lo visto no se quiere aprender de la historia y ahora es Daniel Ortega quien pretende reeditar los vicios de la dictadura de Somoza.
Todos nuestros países han tenido demasiados años de malos gobiernos como para dar argumento a cualquiera que pretenda eternizarse en el poder diciendo que tras tanta desgracia, se impone un prolongado período de estabilidad bajo la dirección medio mesiánica de un político que se erige en dictador, sea por propia mano o porque establece una especie de dinastía familiar, modalidad que también está proliferando en América Latina.
Cualquiera que llega al poder tiene que sentir que no le alcanza el tiempo del período, sea para completar sus sueños de mejorar el país o simplemente para levantarse todo lo que pueda, porque de todo hay en la viña del Señor. Nadie, absolutamente nadie, está contando las horas para dejar el cargo y pasar a situación de retiro, porque son muchos los beneficios y ventajas que implica el ejercicio del poder y se sabe de la forma en que se deprimen los que lo tienen que entregar al final de su mandato, notando que el cambio de vida es fundamental.
Pero de eso a que los pueblos tengan que modificar su legislación constitucional para allanar el camino a la reelección o a la consolidación de dinastías familiares hay enorme diferencia y no se puede aceptar el peregrino argumento que esgrimió Daniel Ortega. Ese argumento suyo, si lo aceptáramos, justificaría la existencia de los Carrera, los Barrios, los Estrada Cabrera, los Ubico, así como los Somoza, los Hernández, los Carías, Trujillo y Batista, para citar algunos de los más cercanos.
Todos ellos pensaron en su tiempo que necesitaban más de un período para ejecutar sus ambiciones, cualesquiera que éstas hayan sido, y todos se impusieron violentando la ley y pisoteando el principio de la no reelección que ha sido parte de la costumbre constitucional de nuestros pueblos. La lista de dictadores es interminable y uno podría llenar columnas enteras simplemente poniendo los nombres, uno tras otro, de los endiosados que llegaron a considerarse indispensables y que pensaron que ellos o sus parientes tenían la misión medio divina de gobernar a sus pueblos. Pero tragarse ese argumento sería no sólo signo de cobardía cívica, sino que también de desconocimiento de la miseria humana.