«Darle una connotación religiosa a la unión entre dos personas ni siquiera es una verdad histórica».
Cristina Fernández, presidenta de Argentina
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En la madrugada del pasado 15 de julio Argentina avanzó un poco más en la construcción de la democracia. Pese a la oposición de los partidos políticos más conservadores (todos de la derecha), y de la campaña homofóbica y lesbofóbica que emprendieron las Iglesias católica y evangélica, el Senado aprobó la ampliación de la institución del matrimonio. Es decir, a partir de esa fecha, dos personas del mismo sexo pueden casarse con todos los beneficios que tal cosa representa.
Si bien es cierto que tal institución es cuestionada en la actualidad por representar al máximo al sistema patriarcal y machista, en donde tradicionalmente la mujer se convierte en un objeto a disposición del marido, también hay que reconocer que la posibilidad de firmar el contrato de manera voluntaria permite a ambas personas gozar de algunos derechos, como la herencia y los beneficios del seguro social, por ejemplo.
Cuando el Estado amplía las posibilidades de las instituciones sociales, éstas irremediablemente cambian, y la forma en que las personas se relacionan con ellas también. En Argentina por ejemplo, ya no se puede enseñar, como en Guatemala, que la familia, compuesta por papá, mamá e hijos, es el núcleo de la sociedad.
De acuerdo con crónicas y notas de prensa publicadas por el diario argentino Página 12, pocas de las parejas del mismo sexo que se encontraban frente al Senado mostrando su apoyo a la iniciativa, querían casarse. Sin embargo, nadie dudaba que era una cuestión de derechos; en una sociedad democrática no puede caber impedimento alguno para que personas del mismo sexo puedan casarse.
Si alguien la tuvo clara desde el inicio, fue la presidenta argentina, Cristina Fernández, quien desde China habló de lo que, para ella, fue «un triunfo de la sociedad». «Lo más importante ahora son los derechos que vienen. Personas que hace mucho tiempo que viven juntas que van a poder legalizar su situación, que no se van a encontrar en la situación que no se reconoce ese matrimonio y no tiene derechos de sucesión, las cosas cotidianas de la vida. El derecho a vivir al lado de la persona que uno quiera. Hay mucha gente que quiere legalizar su situación con su pareja del mismo sexo y no me parece que porque yo sea heterosexual tenga que imponerle mi forma al otro. ¿Por qué si él no me impone la homosexualidad yo le tengo que imponer su heterosexualidad? Este es el nudo, el querer imponer una forma de vida», aseguró Fernández en una entrevista sobre el tema.
Así Argentina se ha convertido en el primer país de Latinoamérica que reconoce el matrimonio entre personas del mismo sexo. El segundo de América (Canadá también ha ampliado la figura del matrimonio), y el noveno en todo el mundo.
En otros espacios de la región también se han hecho esfuerzos, como en el Distrito Federal de México, por ejemplo.
No hay duda que nuestras sociedades están cambiando. Como en otros temas, el reconocimiento a la diversidad sexual también viene del sur. La construcción de sociedades democráticas pasa por el reconocimiento de nuestras diferencias. No se trata de un retroceso, como lo afirmaron seguidores de la Iglesia Católica, que en total contradicción contra el principio de amar al prójimo, llevaron sus rosarios para rezar en contra de la propuesta. Ojalá y esta sociedad guatemalteca avance al igual que lo hizo ya la argentina. Sólo con el reconocimiento pleno de toda la sociedad, podemos construir una democracia participativa.
«Â¡Este mi país! ¡Este mi país», gritaba, según cuenta el suplemento Soy, de Página 12, un muchacho homosexual, que siguió el debate del Senado para la ampliación del matrimonio.