La selección argentina de fútbol afrontará en las eliminatorias sudamericanas para el Mundial Sudáfrica-2010 el desafío de ser una orquesta que interpreta un libreto con armonía y no una aglomeración de solistas, por más que se llamen Lionel Messi, Sergio Agí¼ero o Carlos Tevez.
Sin ir más lejos, el director técnico Alfio ’Coco’ Basile y su calificado plantel tienen a mano un buen espejo para mirarse en la campaña de Los Pumas que acaban de entrar entre los cuatro mejores del Mundial de Rugby Francia-2007, donde el equipo está por encima de las individualidades.
Hace 21 años que los gauchos sudamericanos no ganan un Mundial y 14 años que no levantan la Copa América, pese a ser hexacampeones en selecciones Sub-20.
Una pista de lo que sucede la reveló ’El Pulga’ Messi, aclamado en Europa por sus hazañas en el FC Barcelona de España, al señalar que «hay pocos días para estar juntos».
Argentina no ha podido conformar un bloque compacto con la escasa frecuencia de las fases preparatorias, que han convertido a Basile en un mero ’elector’ de jugadores y no un adiestrador cabal, con tiempo para elaborar tácticas y estilos.
Pero también dijo Messi que «siempre, es lindo jugar con la camiseta de Argentina».
¿Tiene vigencia plena ese tradicional orgullo de los futbolistas argentinos de entregarse en cuerpo y alma por los colores, de sacrificarse sin mezquindades, de poner corazón y coraje cuando la técnica no alcanza, modelo que ahora parece ser hegemonizado por el rugby?».
«Siempre es algo especial jugar para la selección. Es algo que emotiva. Uno siempre quiere estar y más aún en una eliminatoria. Tengo un aprecio muy grande por la camiseta argentina», acaba de señalar Carlos Tevez, nuevo ídolo de los fanáticos del Manchester United.
’El Kun’ Agí¼ero se sumó al señalar que juegue o no juegue se sentirá «contento en haber sido convocado» para vestir la camiseta.
Pero ¿por qué, entonces, la selección ofrece una descolorida imagen si se la compara con el resplandor personal de la pléyade de estrellas que forman el plantel?.
En el camino hacia las eliminatorias, Argentina sufrió en agosto pasado una derrota casi vergonzosa por 2-1 en Oslo contra Noruega, una selección de segundo o tercer nivel en Europa.
«Basile nos dijo que estaba contento con lo hecho en la Copa América (Venezuela-2007), pese a perder la final contra Brasil (3-0). Salvo en aquel partido, Argentina había sido el mejor», dijo Juan Román Riquelme, convocado pese a que ni siquiera juega en su club, el Villarreal de España.
Sin embargo, los argentinos habían alcanzado la final enfrentando a selecciones que parecían temerle más a la camiseta que al poderío real en la cancha y los triunfos se lograban sólo cuando se le prendía la lamparita a los genios del medio campo y la delantera.
Atrás, en la defensa, donde también se ganan los encuentros, el equipo de Basile hacía agua por los cuatro costados cuando la atacaban sin miedo y así quedó demostrado en la final en Maracaibo ante cada avance de los brasileños.
Argentina parece sufrir, sin Diego Maradona, el trauma de Brasil cuando Pelé abandonó el fútbol y estuvo 24 años sin ganar un Campeonato del Mundo hasta que inició su nueva seguidilla de títulos después de Estados Unidos-1994.
Los gauchos no parecen tener muchos adversarios de fuste en el ámbito sudamericano, donde lograron sin excesivo esfuerzo las clasificaciones para los mundiales de Francia-1998, Japón y Corea del Sur-2002 y Alemania-2006.
Pero después desnudaron una falta de personalidad, mística y mentalidad ganadora comparándolos con aquellos campeones de Argentina-1978 y México-1986, o al menos con los finalistas perdedores de Italia-1990.
El desafío, al margen de clasificarse, es lograr ser un equipo más que un pálido cúmulo de figuras.