Aquí solo queremos ser humanos


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Salir de la ciudad es salirse un poco de esa cápsula que en cierta forma y pese a lo que se lee diariamente, nos aísla de una realidad terrible y contrastante.

La pobreza no asoma, se desborda en las comunidades, en donde el hambre, las enfermedades y el abandono de las autoridades contrastan con lujosos hoteles, camionetas brillantes de doble tracción y paisajes que ilustran las postales que venden el país como un destino exageradamente hermoso –lo cual es cierto–, pero que se desmorona lentamente.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com


Y sí, se cae a pedazos y no sólo por la cantidad de lluvia que ha caído últimamente y que por supuesto debido a las obras inadecuadas de las anteriores y presentes autoridades, ya que no existen muros de contención, canalización de aguas, plantas de tratamiento, además ahora con tanta lluvia toda la basura –diciéndolo elegantemente– sale a flote, sino también porque la miseria, porque eso es lo que hay, obliga a las personas a marginarse en áreas en donde el riesgo es total.

Contrastante además, porque mientras me pierdo en callejones en aldeas de Toto, y veo hacia los lados niños y niñas desnutridos, me topo de pronto con casas-cajas (son sólo fachada), gigantescas producto de las remesas y construidas para reivindicar la partida, la ausencia y por supuesto levantadas de esa forma, es decir, marmoleadas y con ventanas brillantes a manera de consuelo, por todo el dolor vivido por quien se quedó y por quien se marchó.

Contrastantes, sí, porque así como la violencia en otras interpretaciones se magnifica en las comunidades, también la solidaridad, el voluntariado y la ayuda de organismos internacionales.

Salir de esta cápsula, en la cual también hay dolor, miedo, decepciones y lágrimas cuesta a veces. Enfrentarse a la otra cara de Guatemala, en donde las carreteras recién construidas ya están hechas pedazos, y las veredas son basureros que simulan arbustos navideños por tanta bolsita de chatarra prendida, en donde un quetzal, no digamos el costo de unas papas pequeñas en cualquier tienda de comida rápida, hace la diferencia. Salir y encontrarse con pies descalzos, ojos hundidos y niñas madres, puede deprimir al más optimista.

Pero salir y ver al lado de estas personas, a hombres y mujeres, valientes, decididos, soñadores y emprendedores, me hace sentir que todo vale la pena. Así mientras los funcionarios que por alguna razón elegimos se llenan las bolsas con nuestros impuestos, estas personas se llenan el alma con las bendiciones de quienes gracias a ellos ven un poco de luz, con las sonrisas de esos niños y niñas que toman un lápiz, con la satisfacción de ser de verdad seres humanos, a los otros, a los que se toman la foto para vallas, postes y ensucian con pintura el paisaje, no sé qué calificativo se les puede dar. ¡Ah sí, hablé de la basura que ensucia el camino verdad!