La decisión conjunta de Barack Obama y Bill Richardson retirando la nominación del segundo para el cargo de Secretario de Comercio, constituye una importante lección sobre cómo debe buscarse la transparencia en el ejercicio de las funciones públicas. Richardson recibió aporte económico en su campaña para gobernador de una empresa californiana que luego ganó una licitación en Nuevo México. El proceso de nominación de un Secretario (Ministro) en Estados Unidos obliga a pasar por el Senado que debe confirmar el nombramiento y la investigación sobre ese negocio hubiera tomado meses, entorpeciendo la conformación plena del gabinete de Obama.
ocmarroq@lahora.com.gt
Vale la pena destacar que Richardson optó por poner los intereses del país primero y en ese sentido desistió de un cargo al que había sido nombrado sobre la tesis de que en este período tan especial de la economía no podía haber vacancia alguna en el gabinete y por lo tanto su no confirmación inmediata hubiera sido un problema para el gobierno de Obama. Pero quizá el punto más importante de todo esto hay que encontrarlo en ese nivel de escrutinio que permite detener el tráfico de influencias que buscan quienes ofrecen y dan dinero a los políticos en sus campañas.
En Guatemala no tenemos mecanismos de control y generalmente lo que vemos es que los financistas de los candidatos se despachan con la cuchara grande cuando logran el triunfo del político por el que apostaron. Y no es problema de este gobierno únicamente, sino que ya es una constante del sistema porque precisamente por esa ausencia de mecanismos de control es que los financistas saben que pueden obtener el máximo beneficio y usan esa facilidad que da nuestro sistema para hacer su agosto.
Y la forma en que se ha encarecido la actividad política, que demanda la inversión de decenas de millones si alguien quiere realmente estar en la jugada, hace más importante aún el aporte financiero de esos «mecenas» que rodean a los candidatos con alguna posibilidad para luego pasar la factura. Inicialmente había por lo menos un recato que impedía que asumieran funciones públicas y limitaban su participación a la búsqueda de jugosos contratos que les permitieran resarcir, con enormes creces, su inversión, pero en años recientes hemos visto que ya no se conforman con eso, sino que quieren tener participación en todo y eso lo logran ocupando importantes posiciones ejecutivas.
Si en Estados Unidos la sospecha de tráfico de influencias, porque no está nada probado en contra de Richardson sino simplemente el caso será objeto de una minuciosa investigación, le costó el cargo de Secretario de Comercio, en Guatemala muchos tendrían que irse a la punta de un cuerno porque la única credencial que tienen es la que figura en el codo de la chequera donde se anotó la jugosa contribución de campaña. Y el problema es muy serio porque, obviamente, los que buscan un puesto mediante el aporte económico al candidato, no están interesados en servir al país, sino están invirtiendo para lograr mayores dividendos cuando se gane la elección. Ese tráfico de influencias ha sido terriblemente nefasto para el país, pero lamentablemente no parece tener remedio porque nadie tiene interés en atacar la raíz del problema. Unos porque ya están en la jugada y otros porque esperan recurrir a ella en futuras elecciones y así todos se tapan con la mismísima chamarra.