Aquel dí­a en Trafalgar


Hace unas noches apareció en mis sueños un anciano, el Squire Terence Cooper, con la misma figura que lo conocí­ a finales de 1987. Esa noche igual que esa mañana de otoño veí­amos juntos el puente levadizo sobre el Támesis mientras el decí­a: «Aquella mañana de invierno hasta las campanas de San Pablo enmudecieron, la gente caminaba sumida en profundo silencio, el hombre al que la sociedad inglesa habí­a señalado aunque secretamente lo amaba regresaba después de salvar al Imperio».

Doctor Mario Castejón

Justamente allí­ me dijo Terence Cooper señalando el Támesis, cruzó la Victory, el insignia con sus 160 pies de largo, todas las banderas a media asta y en el fondo de la sentina custodiado por un marino, de guardia dí­a y noche, regresaba a su Patria el cuerpo sin vida del Muy Honorable Lord Vizconde Horacio Nelson, Duque de Bronte, Caballero de la Gran Cruz de San Fernando y del Mérito, Caballero de la Orden de la Media Luna y de las í“rdenes de San Joaquí­n, Vicealmirante y Comandante en Jefe de las Tropas de su Majestad en el Mediterráneo, el gran hombre habí­a muerto frente al cabo de Trafalgar casi dos meses atrás el 21 de octubre de 1805, ahora ya con más conciencia de lo sucedido, ese dí­a de de gran luto el pueblo enmudecí­a.

Un cortejo bullicioso habí­a despedido a Nelson al hacerse al mar cuando dejó Londres para buscar y destruir con órdenes del Primer lord del Almirantazgo a la flota franco española señalada por Napoleón para barrer a Inglaterra; otro cortejo, esta vez silencioso lo acompañó de regreso cuando fue devuelto preservado dentro de un depósito de la Victory llenado con ocho barricas de ron, costó que el Almirante un hombre de cinco pies cuatro pulgadas cupiera en su improvisado ataúd.

La historia de Trafalgar es una historia de heroí­smo que siempre me causó impresión y se acrecentó luego al leer más sobre lo sucedido y analizar la colección de pinturas en el National Maritime Museum en Londres, una multitud de detalles, todo como salido de una tragedia griega, con voz temblorosa el anciano Terence Cooper recordó que Nelson estaba seguro de ganar cuando partió de Inglaterra, pero asimismo estaba seguro que perderí­a la vida.

La estrella de Napoleón Bonaparte brillaba en Europa, las victorias sucesivas del Emperador de los franceses le permití­an pensar que con el auxilio de la flota franco española destruirí­a el único obstáculo que según él le impedí­a asaltar Inglaterra. Con órdenes precisas del Almirantazgo, Nelson se lanzó a la cacerí­a de la flota francesa al mando del Almirante Pierre Charles de Villeneuve. Esta se le fue de las manos en Toulon el 30 de marzo de 1805 debiendo luego rastrearla y seguirla de cerca hasta las Indias Occidentales y de vuelta a la costa europea. Poco tiempo más tarde Villeneuve conformó por órdenes de Napoleón una flota combinada con el auxilio de la flota española al mando del Comodoro Cosme de Churruca y ambos hombres sabí­an que no podrí­an postergar mucho tiempo el enfrentamiento con Nelson.

A las cinco cincuenta de la mañana del 21 de octubre de 1805, los vigí­as desde los mástiles de la flota inglesa espiaban al enemigo a doce millas de distancia, navegando la Flota Combinada con el viento en contra. Nelson los seguí­a dí­a y noche pensando que en cualquier momento podrí­an alejarse a favor del viento. La flota se mantuvo en contacto vigilando que el enemigo se mantuviera hacia el sur y al amanecer Nelson ordenó algo inusual en las tácticas navales, dividir sus fuerzas en dos Divisiones una de las cuales se aproximarí­a penetrando por el centro en un movimiento suicida, casi cuerpo a cuerpo mientras la segunda División le cubrí­a las espaldas. A las 6.22 de la mañana Nelson confirmó la orden de prepararse para la batalla, veinte minutos más tarde la fragata francesa Hermion señalizó hasta el buque insignia de Villeneuve, el Bucentaure la aproximación de la flota inglesa , a los 47 mil hombres a bordo de las dos fuerzas les esperaba una lucha a muerte.

La flota franco española a sólo doce millas y la británica a veintidós de la costa suroeste de España estaban llamadas a coincidir en el punto más cercano de tierra, un cabo del extremo de ífrica llamado Taraf Al Ghar que serí­a luego conocido como Trafalgar, esa mañana dice la bitácora de la Victory soplaba un viento ligero en favor de unos diez nudos. Veintisiete naves británicas navegaban formadas en dos columnas, protegida la retaguardia de Nelson por el Almirante Sp. Colingwood, los dos hombres obsesionados con el mismo propósito que no era necesariamente combatir a la flota enemiga sino aniquilarla. En la guerra convencional de entonces, ningún combate es tan violento, sangriento y salvaje como el enfrentamiento naval con la caracterí­stica de aquellos tiempos, que era una lucha casi cuerpo a cuerpo, utilizando cañones y mosquetes de gran calibre directamente contra los hombres desde una cubierta a otra.

Al decir de quienes lo conocí­an y amaban Nelson no lucí­a como un héroe, más bien que admirado en la Corte, era objeto de algunas burlas como una criatura tosca a lo cual se agregaba su situación de hombre casado viviendo con una mujer casada. Esa mañana en Trafalgar, Nelson vistió cuidadosamente su chaqueta con las cuatro estrellas de la Orden de Caballero del Rey, pero por alguna circunstancia olvidó ceñirse su espada. Por más de seis horas las dos flotas se estuvieron espiando a través de sus telescopios; los 33 naví­os de la flota combinada trataban de evadir a Nelson y cruzar al Mediterráneo a través del Estrecho de Gibraltar. Además de falta de decisión de quienes comandaban, les moví­a rehuir a Nelson para poder desembarcar 4 mil soldados franceses en el sur de Italia que asegurarí­an Nápoles y cubrí­an el flanco sur del emperador cuando éste avanzara hacia la Europa Central, dirigiéndose a lo que más tarde serí­a el campo de batalla de Austerlitz.

Todos los movimientos de la flota combinada eran seguidos y transmitidos mediante señales a Nelson quien como un cazador acechaba la presa. Las dos flotas a enfrentarse habí­an construido sus naví­os usando casi las mismas técnicas y también dentro ellas existí­an barcos requisados que adoptaban nueva bandera.

Los mejores naví­os de la flota española habí­an sido construidos por carpinteros irlandeses renegados trabajando en los astilleros del Caribe, tal es el caso del Santí­sima Trinidad Nave Insignia de la flota española, puente de mando del almirante Cosme Churruca considerado el naví­o más grande el mundo con sus cuatros cubiertas, construido en Santiago de Cuba que despedí­a todaví­a la fragancia de madera de cedro. La tecnologí­a tampoco era muy diferente entre una y otra flota, la gran diferencia estaba entre los hombres, las tripulaciones y sus lí­deres y ese era un abismo entre Nelson y los Almirantes Churruca y Villeneuve, la capacidad de decisión y la audacia de Nelson frente a una actitud vacilante de los otros. El trato hacia las tripulaciones también era importante, los españoles y los franceses trataban a sus hombres como empleados de segundo orden, mientras Nelson a los suyos los trataba con disciplina pero como parte de una familia. El dí­a de Trafalgar los hombres del Almirante habí­an comido bien y bebido vino en vez del clásico Grog (una mezcla de ron con agua), también los hombres de Nelson recibí­an una dosis de limón diaria para prevenir el escorbuto y los de las otras flotas nada. (Continuará).