Mi inquietud por participar en política se patentizó cuando cursaba el segundo año de bachillerato en el Instituto Nacional Central para Varones (INCV). Corría el año de 1949. Otros compañeros estaban ya comprometidos. Fue -gracias a ellos- que, dos años después, tuve claro y tomé conciencia que nuestro país estaba a las puertas de una etapa de profundización de lo conseguido durante el gobierno del presidente Juan José Arévalo (1945-1951).
\ Carlos Gonzáles \
La campaña electoral y el programa del entonces candidato presidencial, coronel Jacobo Árbenz Guzmán, su contundente victoria electoral y el discurso de toma de posesión del 15 de marzo de 1951, me confirmó que no había razón para permanecer al margen de lo que acontecía en el país. En 1953, a cinco estudiantes del INCV, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), nos aceptó la solicitud de ingreso. En diciembre, el camarada Bernardo Alvarado Monzón, en el comité de base Tecún Umán, nos entregó el carnet de militantes.
A 60 años de la renuncia del presidente Árbenz, viene a mi memoria algo de lo que me correspondió cumplir a partir de que se supo que estaba en marcha la invasión mercenaria a nuestro país.
Como integrante de Alianza de la Juventud Democrática (AJD) y del Frente Universitario Democrático (FUD), formé parte de las Brigadas Juveniles de Defensa de la Revolución. Se nos dio “entrenamiento y preparación militar” en la Base de La Aurora.
Quienes recibimos aquél “entrenamiento”, sólo disponíamos de un fusil. El alumno de la Politécnica a quien sus superiores le encargaron la “tarea”, nos dijo que sería así como nos familiarizaríamos con las armas, su conocimiento y manejo. Los ejercicios no pasaban de ser ensayos de disparos simulados de pie o rodilla en tierra y, pecho en tierra y fusil en mano, arrastrarnos entre inexistentes alambradas de púas. Cuando la alarma anunciaba un posible “bombardeo”, nos teníamos que proteger al borde del barranco a riesgo de caer en las aguas negras que corrían al fondo. No se nos adiestró en ningún tipo de maniobras ni operaciones de ataque y defensa.
El 27, sorpresivamente, se nos desmovilizó. La traición de un puñado de militares a la Revolución y al Presidente, estaba consumada. En la noche, el Coronel Árbenz renunció.
A las 21:00 horas de aquel domingo, me avoqué a la sede de mi comité de base. Su primer secretario me dio las primeras indicaciones de seguridad, convenimos los contactos con dos miembros del comité, la reorganización de nuestra militancia y la distribución de tareas.
Quien se incorpora a la política, legitima el compromiso adquirido por su lealtad y consecuencia en momentos de auge y ascenso de la lucha como en momentos de reflujo y descenso, adversidad y reveses, incertidumbre y desconcierto. Cualquier forma de acomodamiento político o ideológico, pervierte, corrompe y, más aún, si se reniega de lo hecho o dicho. Es lo que jamás habría escuchado de camaradas de la talla de Bernardo Alvarado Monzón, Huberto Alvarado, Víctor Manuel Gutiérrez, Hugo Barrios Klee o comandantes históricos como Luis Augusto Turcios Lima y Rolando Morán.
Hoy, en el Día del Maestro, tengo presente, además, que otro domingo, el 25 de junio de 1944, fue asesinada por la policía ubiquista la maestra María Chinchilla.