Ya se cumplió un mes desde que escribí mi última columna. La ausencia se inició con una faringitis aguda que me confinó a la cama, y luego se siguió con la consabida pereza de la convalecencia. Luego salimos de viaje para las ya planeadas semanas de vacaciones aquí en Marco Island y se ajustó el mes de holgazanería que ahora, y a buena hora, me doy cuenta cabal de lo que significa.
Durante estas vacaciones que con la Lila mi mujer nos gozamos con los ocho bisnietos de la estirpe Marroquín, reconfirmamos, por enésima vez, el valor de la institución familiar y la satisfactoria e inefable alegría que obliga a un hincar las rodillas para dar gracias.
A medida que los años transcurren, es más frecuente que con la Lila nos hagamos la pregunta de si acaso iremos a tener otra nueva oportunidad. Los inflexibles e imperturbables años, que a nadie perdonan, lo hacen a uno presa más fácil de la enfermedad y por ello, el tomar un seguro de salud es indispensable antes de salir de viaje.
Pero el precio del seguro de salud se ha hecho tan elevado que, para mis coetáneos ya es prácticamente inaccesible. Es entonces que uno se pregunta si no sería mejor correrse el riesgo de viajar sin seguro y pedirle a Dios no enfermar ni sufrir un accidente. La Lila viajó asegurada, pero a mí ya no me cubrieron provocándome cierta intranquilidad. Durante el viaje nuevamente me percaté de cuanta falta me hace no haber aprendido cuando joven a escribir a máquina. La limitante e innata inhabilidad que he tenido para trabajos manuales y especialmente para las tareas que precisan de dedos ágiles ha significado que ahora no pueda usar la computadora. Me siento un analfabeta en esta época en que las comunicaciones mediante el Internet facilitan una tarea que para otros muchos se hace muy fácil. Ello lo sentí aún más ahora cuando observaba trabajar a Oscar Clemente, quién también por allá de vacaciones sentado frente a su lap top que ha traído desde Guatemala elabora con agilidad un artículo que en minutos reciben en La Hora. Es así que oyendo los también frecuentes consejos de mi colega Chepe me he atrevido a aprender a usar ese aparato, pero, cuando he tratado y me tropiezo con la innata lentitud de mis dedos, me doy nuevamente por vencido, vuelvo así a sentarme con mi bolígrafo, para garrapatear en el papel mis babosadas que, solamente doña Beatriz, entiende. Ella lo imprime y envía por Internet a La Hora.
La onda fría de hace dos semanas también se hizo sentir en Marco Island y el agua del mar estaba sencillamente helada. Me zambullí un par de veces, pero me dio miedo que el frío intenso me elevara la presión y me fuera a afectar el corazón o causarme un derrame. Así que los baños de mar que otros años han sido reconfortantes y deliciosos, no los pude disfrutar sino hasta la segunda semana. Hube de sustituirlos por paseos en bicicleta sobre terrenos sin hoyos por aquello de las caídas.
La Lila se la gozó, conduciendo su carrito para ir de una tienda a otra, se la pasó comprando por las mañanas, lo que, por las tardes salía a devolver. Por eso es que guarda todos los tickets y son múltiples sus amigas despachadoras. Sin embargo lo que más se gozó fue a sus ocho bisnietos, especialmente a Ignacio Marroquín Hormaeche y a Cristian Pemueller Marroquín, quienes ya medio balbucean, pero con quienes se envolvían en ocurrentes conversaciones que siempre culminaban con besuqueadas y abrazos.
Indudablemente un regalo de Dios y solamente í‰l es quien sabe si lo merecemos o no. Una duda que cada vez la sentimos más auténtica y que nuevamente nos obliga a agradecerle y a preguntarnos y preguntarle si acaso nos regalará una vez más.