Esta columna continua hoy con el análisis de Guntram que fue una de las grandes obras musicales de Richard Strauss y que además sirve de marco sonoro para Casiopea, esposa sublime, exquisita quien radiante de sol ha cegado mis pupilas y es viva primavera que pasa como innumerable aroma recogiendo mi esperanza.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela.
En la columna anterior decíamos en el tercer acto de esta maravillosa obra musical de Richard Strauss que Guntram rechaza el amor de Freihild. Advierte que ha caído, como los demás, bajo la maldición del pecado. Predicaba a los demás la caridad y era presa del egoísmo, cuando dio muerte a Roberto, lo hizo mucho menos para liberar a un pueblo de su tirano que para satisfacer instintivos y bestiales celos. Renuncia, pues, a todos sus deseos, y expía en el encierro el pecado de vivir. Pero el interés del acto no está en este desenlace previsto, y que se ha hecho un poco común después de Parsifal. Está en una escena intercalada evidentemente a último momento y que desentona bruscamente en la acción, aunque con una singular grandeza: el diálogo de Guntram y su antiguo compañero, Friedhold.
Friedhold, su amigo, su iniciador, viene a reprocharle su crimen y a buscarlo para que comparezca ante la orden, que lo juzgaría. En la primitiva versión, Guntram se inclinaba y sacrificaba su pasión a su voto. Pero durante su viaje por el Oriente, Strauss sintió repentinamente el horror de este aniquilamiento cristiano de la voluntad, y con él, Guntram se rebeló. Rehúsa someterse a las leyes de su orden. Rompe su laúd, símbolo de esperanza engañosa en la redención de la humanidad por la fe. Rechaza los sueños nobles, pero vanos, en que creyó y que han sido disipados por la luz de la vida.
No reniega de sus juramentos de antaño, pero ya no es el mismo hombre que los pronunció. Cuando carecía de experiencia pudo creer que el hombre debía someterse a reglas, que la vida debía regirse por leyes. Una hora bastó para esclarecerlo.
Ahora está libre y solo, solo consigo mismo. “Sólo yo puedo apaciguar mis sufrimientos. Sólo yo puedo expiar mi crimen. Sólo mi ley interior puede dirigir mi vida. Mi Dios habla sólo para mí. Sólo a mí habla mi Dios. Siempre solo”. Es el despertar orgulloso del individualismo, el vigoroso pesimismo del Superhombre. Un sentimiento tal otorga un carácter de acción a la propia negación, al renunciamiento; es también una afirmación violenta de la voluntad.
El arte de Strauss adquirió posteriormente al poema un prodigioso desarrollo. Es cierto que señala un momento culminante de una época de su vida, es Guntram la obra más perfecta que resume un período. Una vida de héroe habrá de ser la segunda etapa, la más alta cima del período siguiente. ¡Qué desarrollo han alcanzado, desde entonces, la fuerza y la riqueza de los sentimientos! Pero nunca ha vuelto a hallar esa pureza delicada y melodiosa del alma, esa gracia juvenil que brilla una vez más en la obra Guntram.
Richard Strauss, poeta y músico, dos naturalezas coexisten en él y cada una tiende a dominar a la otra. A menudo el equilibrio se rompe, pero cuando la voluntad consigue mantenerlo, la unión de esas dos fuerzas encaminadas a lograr un mismo fin, una y otra tienen su origen en un pensamiento heroico.
Con esta columna finalizamos el homenaje que durante varias semanas llevamos a tan grandioso músico como es Richard Strauss, uno de los grandes de la música y que es un arte profundo que sublima el espíritu del hombre.