Apuntes sobre la vida musical de Richard Strauss


celso

Continuamos este sábado con el homenaje a Richard Strauss y con toda dedicatoria a Casiopea, esposa dorada, quien con su paso continuo se vuelve nota de pentagrama en mi alma, quien tiene sonoro aleteo de ave y cuya imagen de ternura ha quedado presente en mi sangre por siempre de siempre.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Quien dice héroe dice drama. El drama aparece en toda la obra de Richard Strauss, aún en aquellas de sus obras hechas al parecer para todo menos para contenerlo, como también en algunos de sus Lieder o en su música pura. Hace eclosión en sus poemas sinfónicos, que constituyen la parte más importante de su obra. Estos poemas son: Canto del viajero en la tormenta (1885), De Italia (1886), Macbeth (1887), Don Juan (1888), Muerte y Transfiguración (1889), Till Eulenspiegel (1894), Así habló Zarathustra (1895), Don Quijote (1897) y Una vida de héroe (1898).

No insistiremos más sobre los cuatro primeros, en los que se forman el espíritu y la modalidad del artista. Canto del viajero en la tormenta, Op. 14, es un sexteto vocal con orquesta, basado en un poema de Göethe. Escrito por Strauss antes de conocer a Ritter, está construido a la manera de Brahms, con una ciencia, un recogimiento un poco convencionales. De Italia (Op. 16), pinta con exuberancia las impresiones que le produjeron la campiña romana, las ruinas de Roma, las riberas de Sorrento y la vida popular italiana. Macbeth (Op. 23) inaugura, sin mucho brillo, la serie de las transposiciones musicales de temas poéticos. Don Juan (Op. 20), muy superior, traduce con enfático ardor el poema de Lenau, y la romántica locura del héroe, que sueña con alcanzar todos los deleites humanos y muere vencido y desesperado. 

Muerte y Transfiguración (Op. 24) señala un progreso considerable en el pensamiento y en el estilo. Todavía hoy es una de las obras más emotivas de Richard Strauss y la que está construida con más noble unidad. La precede un poema de Alexander Ritter, que resumido libremente dice así:

En una miserable pieza, iluminada por una lamparilla, un enfermo yace en el lecho. La muerte acecha en un ambiente de espantable silencio. El desdichado sueña a ratos y halla consuelo en sus recuerdos. Su vida pasa ante sus ojos: su infancia inocente, su juventud feliz, la lucha de la edad madura, sus esfuerzos por alcanzar la meta sublime de sus deseos, siempre huidiza. Continúa persiguiéndola y cree alcanzarla por fin; pero la muerte lo detiene con un tonante “¡Alto!”  Lucha con desesperación y encarnizamiento, aún en plena agonía, para realizar su sueño, pero el golpe de la muerte quiebra su cuerpo y la noche se tiende sobre sus ojos. Resuena entonces en el cielo la palabra de la salvación a la que en vano aspiraba en la tierra: Redención, Transfiguración.

Para muchos músicos de Alemania, Muerte y Transfiguración sigue siendo la obra cumbre de Richard Strauss. Estoy muy lejos de compartir esa opinión porque el arte del músico adquirió posteriormente al poema un prodigioso desarrollo.

De tal manera que empezaremos diciendo que los amigos de Richard Strauss protestaron contra la ortodoxia del desenlace de la obra en el poema de Strauss y Seidl, Jorissenne y Wilhelm Maule pretenden que el tema es más elevado: es el eterno sufrimiento del alma combatiendo a sus demonios interiores y su liberación en el seno del arte. No intervengo en la querella, porque considero que ese simbolismo banal, frío ofrece mucho menos interés que la lucha contra la muerte, perceptible en cada línea de la música; obra relativamente clásica y de un sentimiento amplio y majestuoso, casi beethoveniano.

Nueva Guatemala de la Asunción, sábado 8 de marzo de 2014