Apuntes sobre el origen de la fiesta del Corpus Christi (II)


Proceso de elaboración de alfombras de flores, pino y aserrí­n con motivos tradicionales y contemporáneos, así­ como arcos de frutas y hojas de pacaya con adornos de papel esmaltado, por parte de pobladores de Patzún, Chimaltenango para la procesión del Jueves de Corpus. FOTO LA HORA: GUILLERMO VíSQUEZ GONZíLEZ

Con estos escolios escritos con rapidez, que tienen como objeto ilustrar a nuestros lectores de La Hora sobre una de las fiestas más importantes de Guatemala y que concluiremos el dí­a de hoy, Jueves de Corpus, al exponer algunos aspectos sobre el origen de la festividad del Corpus Christi en el mundo occidental y en particular en Guatemala.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.

En España se expandió la celebración del Santí­simo Sacramento en los años comprendidos entre 1314 y 1355. En toda Europa se caracterizó desde sus comienzos por la organización de suntuosas procesiones según lo establecido en las disposiciones del Papa Juan XXII, en las que participaba masivamente la población de ciudades y aldeas y a las que se incorporaron numerosas figuras alegóricas procedentes del paganismo que, además de añadir vistosidad a la fiesta y convocar la participación de las mayorí­as, mostraban a los participantes la imagen del espí­ritu del mal representado por estas figuras, sometido al poder del Santí­simo.

Así­ a enanos, gigantes, águilas, serpientes, dragones, diablos, etc., que tení­an un significado simbólico en vastas regiones, se unieron figuras procedentes de leyendas populares locales, lo que diversificó notablemente los elementos participantes según las regiones aun dentro de un mismo paí­s.

A diferencia de las procesiones de Semana Santa, las del Corpus estuvieron siempre marcadas por el júbilo unido a la religiosidad, y en España se agregaron a ella además, danzas locales y representaciones teatrales que las enriquecieron en alto grado.

Durante los siglos XV y XVI fue la fiesta de Corpus el sí­mbolo por excelencia del catolicismo español y luego hispanoamericano. En España su celebración alcanzó gran magnificencia y fue usada como parte de una cruzada contra los moros, cuya influencia querí­a ser combatida -misión casi imposible después de siete siglos de dominación, durante los cuales habí­an dejado profundí­simas huellas en la cultura de la Pení­nsula- y posteriormente, a continuación del Concilio de Trento (1545-1563) como manifestación pública de resistencia contra el Protestantismo que se expandí­a en otros paí­ses de Europa. Es por esto que podemos explicarnos en la procesión del Santí­simo en algunas ciudades españolas -Toledo entre otras- la aparición de figuras que recibí­an el nombre de Ana Bolena, unidas a la de la Tarasca y otras representaciones del mal, presentes en las procesiones hispánicas, caracterí­sticas de las grandes ciudades, que las comunidades pequeñas imitaron en la medida de sus posibilidades.

Las manifestaciones religiosas en las cuales es representativa la fiesta de Corpus Christi, constituyeron y aún lo son, un aspecto importantí­simo de la cultura popular española, que han sido desde la antigí¼edad «fuente inagotable de inspiración para los artistas, músicos y poetas».

Parte de los elementos que conformaron las procesiones del Corpus Christi en España pasaron a las naciones latinoamericanas durante la época colonial y aún están vigentes en las danzas de «Diablos» de Venezuela, Bolivia, Guatemala (Totonicapán, Chimaltenango, Baja Verapaz y Quiché entre otros)) y de otros paí­ses del nuevo mundo, donde después de casi cinco siglos mantienen su carácter de danza sagrada y devocional en las comunidades en que se efectúan.