Aprestarse a enfrentar los peligros reales? quede quien quede


No deja de llamar la atención la no disimulada y, al parecer, concertada campaña contra la abstención, el voto en blanco y el voto nulo. Son varios los columnistas que se han ocupado del asunto y las ONGs que los secundan.

Ricardo Rosales Román

Abstenerse, votar en blanco o anular el voto supone la toma de una decisión. Las motivaciones pueden ser de lo más diferenciadas y, en unos casos más que en otros, manifestación consciente y expresa de inconformidad y descontento así­ como de rechazo a las propuestas «en contienda». Su significación e importancia es polí­tica e institucional, no legal.

En tales condiciones, cómo no preguntarse si no es una aberración jurí­dica que a la hora del recuento de los votos los únicos que cuentan sean los «efectivos» y que ninguna validez tenga la decisión de quienes no concurrieron a las urnas (por los motivos que sean) y si acudieron optaron por dejar la papeleta en blanco o anular su voto. Son esas perversidades jurí­dicas con las que el legislador pretende que se ignore una realidad a todas luces evidente. Esto es, que –después de 22 años de la mal llamada «nueva era democrática– las votaciones en Guatemala no dan ya para más y si lo que prevalece es la abstención, los votos en blanco y los votos nulos, la legitimidad y representatividad de las «autoridades» así­ «electas» es limitada y su mandato deviene en cuestionable además de que, en la práctica, se ejerce en condiciones de evidente aislamiento ciudadano y debilidad institucional.

Dicho en otros términos, un gobernante es legí­timo y representativo siempre y cuando cuente con el respaldo y adhesión de una mayorí­a suficientemente significativa en relación al padrón electoral.

La cada vez mayor tendencia a no concurrir a emitir el voto, hacerlo en blanco o anularlo, es una caracterí­stica de los cuatro comicios generales últimos y, más aún, en las segundas vueltas.

Además, en al menos dos de las votaciones más recientes, la ciudadaní­a ha estado ante la disyuntiva de hacerlo por el menos malo o no hacerlo y, en el caso actual, por el menos peor (diferenciación muy significativa e importante, por cierto) o abstenerse.

Cuando lo que importa es la coyuntura no es extraño que ante el fantasma real de un «retorno al pasado», se trate de conformar una opinión favorable a que la forma de evitarlo es viendo en las votaciones del domingo la oportunidad para conservar algún espacio polí­tico ignorando que lo que en realidad está en juego es la cuestión del poder polí­tico y no la lucha por las migajas de una democracia secuestrada. Equivale a asumir una posición acomodaticia y conformista, complaciente y oportunista.

Viéndolo en perspectiva, no asistir a las urnas, votar en blanco o anular el sufragio es un acto de responsabilidad y compromiso ciudadano que, en tanto le resta legitimidad y representatividad a un gobernante «electo» por una insignificante minorí­a, en las condiciones y situación actual, pasa a ser el referente natural a organizar, movilizar y unir para enfrentar los peligros reales que en lo nacional e internacional amenazan al paí­s en los próximos cuatro años, quede quien quede.

Por encima de las votaciones del domingo y como consecuencia de los resultados del 9 de septiembre, la gran tarea a emprender desde la izquierda pasa por definir y convenir las bases organizativas, ideológicas y polí­ticas de la alternativa democrática, progresista, revolucionaria y popular en nuestro paí­s.

Caer en la trampa de votar por el menos peor, es prestarse al juego del sistema y avalar que las cosas sigan igual o empeoren aún más.