Una contienda política encuentra su símil en una confrontación de naturaleza bélica. De hecho la descripción del «escenario de guerra» o el «teatro de operaciones», son términos empleados para definir el cuadro de estrategias políticas. Acciones y tácticas que tiendan a llevar a la victoria para alcanzar el poder político. Decenas de ensayos se han escrito para contribuir en la formulación del conjunto de estrategias electorales que posibiliten el triunfo en las urnas.
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El aprestamiento, es decir a la condición de disponibilidad de contar con los preparativos necesarios, es algo que en materia de nuestros partidos políticos se muestra como evidente (aclaro, el término nuestros se refiere a lo que aquí tenemos y no como a algo de mi o nuestra propiedad, ya alguien en el pasado me cuestionaba por el empleo «ligero» de dicho término).
La reciente realización de las Asambleas Nacionales de algunas de las organizaciones políticas, además de cumplir con el pase de la norma electoral que ha de verificarse cada dos años, tiene el propósito de encaminar los esfuerzos preparativos para el escenario electoral o electorero, según se menciona en algunos círculos.
Por otro lado, en el Congreso de la República, el escenario político por excelencia, también se presentan acomodos, reacomodos, confluencias, adiciones, escisiones, movimientos en fin. El balance de las fuerzas que conocimos hasta poco antes del receso ordinario del actual período legislativo, habrá de modificarse.
La oposición hará su mejor esfuerzo por debilitar la capacidad de maniobra del partido oficial, en tanto éste hará lo suyo por hacer prevalecer sus intenciones en la concreción de normas que contribuyan a alcanzar la propuesta de Plan de Gobierno y las metas en el marco de lo esperado para 2010. De pronto el nivel de confrontaciones habrá de incrementarse.
Grupos de diputados hoy en día sin «ficha» partidaria, pero con peso dentro del Legislativo, concretarán su propio afán para orientar, obstaculizar o adherirse a donde mejor se acomoden sus intereses momentáneos, es decir de este y los próximos dos años.
En tanto este «tablero del ajedrez político» se desenvuelve, algunos temas de interés nacional habrán de esperar su propio «tiempo» para encontrar la viabilidad en la agenda legislativa. Este cúmulo de movimientos propios de los legisladores les hace en verdad apartarse de la problemática nacional. El resultado es un descontento y desencanto creciente, que hace que la población no se vea satisfactoriamente reflejada en el desempeño de nuestros «representantes».
Pero el escenario político-electoral no manifiesta otras opciones. Al poder político se llega por la vía de los partidos políticos. Hacerlo de otra manera no es lo democráticamente viable, ni globalmente aceptable. Entonces se presenta un desafío adicional para que el aprestamiento partidario pueda concretarse en procura del alcance de sus propias metas (las de cada cual), y es el relativo al uso de las técnicas de mercadeo para impulsar un esquema, una propuesta, un binomio, una fórmula ganadora de las próximas elecciones.
Y entonces sucede que la venta de promesas atraviesa por otra etapa en la charada democrática que nos envuelve. Frases, canciones y tonadas que se «peguen» al gusto de las colectividades habrán de disfrazar las debilidades y resaltar nuestra sensación de vernos reflejados en un líder o lideresa que nos haga creer que el punto de concreción de la satisfacción de nuestras necesidades se encuentra alrededor de esa promesa ofrecida ahora como expectativa electoral.