Aprender a «desaprender»


Desde hace algunas fechas he estado escribiendo sobre la importancia en la vida de «aprender a aprender». Con esta actitud, he dicho, casi lo tenemos resuelto todo: seremos más crí­ticos, suspicaces, creativos,   originales y nos mantendremos al dí­a en el conocimiento. Pero, si es cierto que «aprender a aprender» es fundamental, no lo es menos el «aprender a desaprender». Digamos algo al respecto.

Eduardo Blandón

Desaprender es valioso, entre otras cosas, porque nos ayuda a despojarnos de prejuicios, ideas erradas, falsas concepciones y hasta malos hábitos que se nos han colado en nuestro diario vivir.  Constituye la oportunidad para renovarnos y readecuarnos a los nuevos conocimientos. 

En la vida se debe aprender que el conocimiento tiene caducidad y que el camino hacia la verdad es un peregrinaje que abarca todos los años de nuestra existencia. Por eso, quien se renueva constantemente sabe renunciar a fanatismos: es consciente que la perspectiva varí­a con el tiempo y permite un más profundo conocimiento de la realidad. 

Quien no es capaz de desandar el camino realizado corre el riesgo de perderse, y extraviarse es garantí­a de infelicidad. Al imbécil no sólo se le reconoce por su poca habilidad para ser feliz, sino por su tozudez en el conocimiento.  En realidad cree que el saber es fijo y que «las verdades» son eternas.  No se renueva por pereza y porque está seguro que la Universidad ya se lo enseñó todo.  «Nihil novum sub sole», (no hay nada nuevo bajo el sol), dice orondo y sonriente el tonto.

Así­, se convierte en un atentado frente a sus propios hijos porque reproduce exactamente las mismas actitudes defectuosas de sus padres en el momento de educar.  Ni sospecha que la realidad puede ser distinta y que las circunstancias se presentan nuevas, no, insiste en esas formas «seguras» de educar y conducirse por la vida.  El tonto, el que no aprendió a «desaprender», simplemente reproduce.  Es poco original y repite los horrores del pasado. Es predecible porque, en conociendo a sus padres o maestros, es fácilmente deducirlo a él.

Este «desaprender» exige un mí­nimo de rebeldí­a, una renuncia «estratégica» o, como dirí­a Descartes una «duda metódica».  Hay que aprender a poner el mundo de revés, a insistir en otros ángulos y a ensayar propuestas. Se necesita espí­ritus que renuncien a lo dado para replantearlo y asumir los hechos de manera distinta.

¿Cómo hay que hacerlo? Hay que abjurar, en primer lugar, a la lógica que se nos ha enseñado. Comprender que el mundo es como es, pero podrí­a ser diferente. Se debe desconfiar, en segundo lugar, de todo lo dado. Los hombres somos falibles y a menudo erramos. Por último, hay que cultivar el espí­ritu iconoclástico.  Debemos ir por la vida, puesto que no hay nada sagrado, rompiendo í­dolos y aprendiendo a ser irreverentes. Todo, por supuesto, con medida: la prudencia es buena compañera.