Aportes de amigos para deleitar a mis lectores


Algunos pocos de mis contados lectores me han llamado telefónicamente o me han enviado correos electrónicos, con el objeto de reclamar por el tiempo y espacio que he dedicado a enfocar temas electorales, como si yo fuese uno de los tantos ilustres analistas polí­ticos que pululan en todo el paí­s, y no un simple viejo reportero metido a columnista, y me piden que les comparta historietas o anécdotas que contribuyan a deleitar su fin de semana.

Eduardo Villatoro

Acato, pues, las solicitudes de esos mis escasos lectores.

Q-Mi amigo Carlos Ortiz, recién estrenado como cónyuge bien avenido y aún embelesado de los encantos de la luna de miel, me cuenta que cierto tipo estaba de pie a orillas de una carretera, en medio de densa niebla y pertinaz lluvia, en espera de que algún piadoso automovilista le diera jalón.

Después de una hora en medio de la tenebrosa y oscura noche, de pronto ve que un vehí­culo se aproxima lentamente y luego se detiene frente al hombre solitario, quien sin pensarlo dos veces abre la puerta delantera derecha y se acomoda en el asiento. Súbitamente se da cuenta que nadie maneja el carro y cuando voltea a ver al asiento trasero, tampoco hay alguna persona allí­.

Pero el automóvil sigue su marcha lentamente. Adolfo, tal el nombre del héroe de esta trágica historia, se percata de que el automotor toma velocidad y horrorizadamente mira que más adelante hay una curva. Comienza a implorar la ayuda del Creador; pero, de pronto, antes de llegar a la curva, una mano huesuda toma el volante y mueve el volante con firmeza.

Daniel saca fuerzas de flaqueza, abre la portezuela, se baja del carro, cae y corre hasta donde le dan las piernas, y llega a un pueblo. Deambula, empapado, y descubre una cantina de mala muerte. Entra y pide un octavo de licor, que lo apura de inmediato, y después otro, que también se lo traga de un par de sorbos. Ya más o menos tranquilo les cuenta a los extrañados parroquianos y al cantinero lo que le acaba de suceder. Todos los lugareños se asombran y les entra cierto temor, sobre todo porque el aguacero se ha convertido en tormenta, con rayos y relámpagos.

Cesa la lluvia y vuelve la calma a la cantina, cuando entran dos hombres empapados, y uno de ellos al ver a Daniel le dice a su compañero: ¡Mirá, Gustavo, allí­ el hijo de %$ que se subió al carro cuando lo vení­amos empujando!

Q-Otro querido amigo, Mynor Letona, se encargó de contarme que un hombre joven estaba de compras en el supermercado y de repente nota que una viejecita lo sigue en todas las góndolas. Si él detení­a el paso, ella hací­a lo mismo, además de quedárselo viendo.

Al fin, camino a una caja registradora, ella se colocó frente al joven y le dijo: -Espero no haberlo molestado; pero es que usted se parece mucho a mi único hijo recién fallecido. El muchacho, con un nudo en la garganta, replicó que no habí­a problema. Seguidamente, la anciana le dijo: -Sé que lo voy a pedir algo raro, pero le ruego que usted me haga la caridad de decirme «adiós, mamá», cuando salga de la caja y me vaya del súper. ¡Me harí­a muy feliz!

El joven accedió encantado. La viejecita pasó ví­veres, ropa, juguetes y otros objetos al encargado de la caja y después de llenar las bolsas tomó la carreta, se volteó y le dijo al muchacho. -¡Adiós, hijo! El muchacho respondió:-¡Adiós, mamá!, y satisfecho por la buena acción entregó al cajero la loción y el desodorante que habí­a tomado. El empleado le dijo: -Son Q657.76. El joven preguntó asombrado: -¿Por qué tanto? Si sólo llevo dos cosas. El cajero le respondió: Sí­; pero su mamá dijo que usted también pagarí­a por la compra de ella.

Q-El muy conocido odontólogo Rogelio Castillo se encargó de ponerle la tapa al pomo de este articulejo con una nota que escribió un amigo suyo. Dice así­:

Mi esposa, yo y otras parejas estábamos sentados alrededor de una mesa, en la reunión de ex compañeros de colegio. Ante el rumor de las voces y los gritos de júbilo de varios amigos que se habí­an reencontrado después de varios años, de repente vi a una mujer que, sentada solitariamente en una mesa vecina, se encontraba borracha, meciendo su vaso con la mano derecha, mientras en la izquierda humeaba un cigarrillo.

Mi esposa, suspicaz, se dio cuenta de mi curiosidad y, como no podí­a ser de otra manera, me preguntó: -¿La conocés? Supongo que sí­ porque no le has quitado la vista en ningún momento, dijo con tono amenazante.

Yo respondí­ con un suspiro: -Sí­, es mi ex novia. Supe que se dio a la bebida cuando rompimos hace muchos años. Me han contado que nunca está sobria.

¡Dios mí­o! ?exclamó mi cónyuge- ¡Quién iba a imaginarse que una persona pudiera festejar durante tanto tiempo!