Apologí­a del ocio


Almuerzo en la hierba (1863), de í‰douard Manet (1832-1883).

Al principio de los tiempos, el ocio era lo esencial y no existí­a nada contrario a él. Según su etimologí­a, el ocio significa «actividades del tiempo libre». Sin embargo, este tiempo libre está subordinado al «tiempo ocupado».

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Como decí­a, el ocio, para los antiguos griegos, era la norma. Si alguien se dedicaba a otra actividad, especialmente con fines comerciales, entonces éste se dedicaba al «negocio», es decir, la «negación del ocio».

En tiempos tan pragmáticos como los de ahora, el ocio es considerado como superfluo, tiempo de desperdicio y sin ninguna razón de ser. Si mucho, el ocio podrí­a ser productivo si éste se dedica al arte, pero éste se valora si con él se gana algún dinero; es decir, es el «neg-ocio» del arte.

Esto no implica que el tiempo libre y el ocio deban desperdiciarse en actividades malsanas o destructivas. Implica que el ocio puede y debe utilizarse para realizar acciones comercialmente improductivas, pero valiosas para la formación integral de la persona.

Valorar el tiempo libre, es valorarse a sí­ mismo, como persona. Utilizarlo para desarrollar actividades espirituales (no necesariamente religiosas, sino que fomenten nuestro espí­ritu) es una obligación.

Una vida dedicada completamente al negocio, no es vida. Una vida dedicada a la especialización a través del trabajo, no es vida. Es necesario el ocio para realizar actividades ajenas al negocio.

El ocio tiene un carácter lúdico, de satisfacción, tan contrario a los valores que el mundo impone, sobre todo el mundo de los negocios; por esa razón, el negocio se resalta hoy como uno de los mayores máximos de la contracultura.

Para continuar con las etimologí­as de las palabras, hay que agregar dos, con sus definiciones, importantí­simas para el ocio: recrearse y distraerse.

La primera, «recrearse», como se puede inferir, significa volverse a crear, ser nuevos otra vez. La segunda, «distraerse», significa quitarse la «máscara cotidiana» y buscar otra, para jugar a ser personas más í­ntegras.

EPIGRAMA

Tú has trabajado veinte años

para reunir veinte millones de pesos,

pero nosotros darí­amos veinte millones de pesos

para no trabajar como tú has trabajado.