Antonio Rubial Garcí­a: La santidad controvertida


Eduardo Blandón

El presente libro de Antonio Rubial confieso que me ha sorprendido gratamente. Me acerqué a él pensando en un trabajo hagiográfico y de controversias en relación a la santidad de sus protagonistas, pero, afortunadamente fracasé en mis expectativas. El trabajo va por otro lado. El autor revela en el estudio que hay todaví­a un mundo por descubrir en lo que a vivencia colonial se refiere.


La tesis del autor es simple: las hagiografí­as de los así­ llamados «santos» revelan en la colonia un mundo axiológico que es de importancia para comprender el imaginario de la sociedad. Es algo así­ como decir que la vida de los santos revela el marco mental valorativo de los protagonistas de la historia del siglo XV y XVI. ¿No cree que es fabuloso? A mí­ personalmente me parece, como mí­nimo, interesante.

Con esta idea en mente, Rubial Garcí­a, se acerca no sólo a los personajes, para hacer una hagiografí­a mí­nima de los «santos», sino que desciende a los infiernos de la burocracia eclesial que tras caminos tortuosos e infinitos promueven o impiden la posibilidad de elevar a la santidad oficial a dichos venerables. Se trata de un trabajo que husmea en documentos los intereses ocultos de quienes promueven la santidad, sus intenciones y, también, cómo no, sus perversiones.

La exploración descubre al final del camino, que es el propósito del intelectual, el imaginario social del perí­odo colonial. América, tal y como devela Rubial Garcí­a, es heredera de un mundo español convulsionado. Todo es explicable desde una España en plena Reforma y Contrarreforma, con un sistema económico feudal y con un catolicismo inquisidor y militante contra todo signo de herejí­a.

Los santos son figuras fundamentales en tanto que representan el modelo ideal a encarnar. El icono de los tiempos tiene que ver con estos personajes cuyos valores son dignos de imitar: frugalidad, disciplina, sentido de la trascendencia y autodominio de las pasiones humanas. En un mundo eminentemente cristiano el personaje a imitar no puede ser otro que Cristo.

Cualquier comportamiento que no refleje mí­nimamente este ideal de perfección humana tiene que ser considerado como herético, pagano, imperfecto y heterodoxo. Todas las maldiciones pueden recaer sobre un personaje de tan baja catadura. Para asegurar el predominio de los valores cristianos están las instituciones eclesiales que protegen la sociedad y no tienen escrúpulos de cortar el miembro canceroso y enfermo. Así­, los individuos tienen que alinearse, pero para eso hace falta la persuasión como elemento civilizador para trastocar las mentes.

La conversión a la que están llamados los mortales de este nuevo mundo es sólo posible a partir de un aparato ideológico capaz de influir en el ánimo y el carácter de los individuos. Y para esto la estrategia hagiográfica es vital. Las hagiografí­as, dice el autor, no sólo tiene el propósito de entretener a los lectores, sino de propiciar espacios de reflexión para asimilar la vida virtuosa. Son medios pedagógicos efectivos, junto a la música, el teatro y las procesiones para hace devenir un cambio de mentalidad.

Así­, los santos son relevantes en tanto encarnan un ideal posible de alcanzar. La santidad exigida por Dios y la perfección a la que invita Jesús es posible. Los santos son el anuncio y la revelación de una utopí­a realizable. Son ellos los que muestran el significado de humanidad, la naturaleza plena y las posibilidades que abre la gracia divina.

«En el cristianismo esa veneración va más allá de la simple remembranza: los santos son modelos a seguir e intermediarios entre Dios y los hombres; se rinde culto a sus restos mortales y se considera que Dios, a través de ellos, distribuye sus gracias. Hasta ahora, el estudio de tales personajes habí­a estado restringido al ámbito de la religión y sus vidas eran descritas por tratados de hagiografí­a; la historiografí­a cientí­fica no consideraba pertinente ocuparse de estas vidas casi mitificadas. Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar desde principios de la década anterior, cuando algunos investigadores franceses y estadounidenses dedicaron interesantes estudios a descifrar los códigos de la hagiografí­a. A través de ellos descubrieron datos poco conocidos acerca de la religiosidad, la mentalidad y los valores sociales».

La santidad, sin embargo, no es sólo una cosa que interese a la Iglesia institucional, sino también, a los mismos criollos que manipulan a esos personajes con propósitos eminentemente polí­ticos. Los santos serán, en consecuencia, quienes testimonian la posibilidad del hombre americano de ser merecedor de la gracia de Dios. La Providencia no sólo es patrimonio del blanco europeo, sino también del criollo. Las hagiografí­as serán la prueba de que los milagros no son exclusivos de quienes vienen de aquellas tierras lejanas, sino también del virtuoso religioso americano que por la unión con Dios se hace acreedor de las potencialidades celestes.

América será, a partir de los testimonios hagiográficos, la Nueva Jerusalén en donde los frutos de santidad son abundantes. La santidad testimoniará la madurez alcanzada por una sociedad ahora diferente. El mensaje subrepticio enviado por los criollos es que estas tierras han alcanzado la plenitud (en todos los sentidos) y que cualquier dependencia respecto de Europa es absurda e improcedente.

«Mientras que las virtudes fomentaban comportamientos morales, los milagros serví­an para promover la devoción a los venerables con vista a su beatificación; pero mover (movere) el pathos, es decir, provocar sentimientos devotos, era tan sólo uno de los usos de la retórica hagiográfica; para los escritores criollos otro de igual importancia era promover el orgullo patrio, el amor al terruño entre los habitantes de Nueva España por medio de la construcción de su propia historia».

La santidad americana para los criollos era importante también porque rebatí­a la presunta superioridad del peninsular respecto al hombre nativo. Era un contraargumento a la idea de que entre los salvajes era imposible la bondad y los dones divinos. A propósito, el autor evidencia semejantes sentimientos:

«El predicador criollo Bartolomé Felipe de Ita y Parra, en su sermón panegí­rico en honor de la virgen de Guadalupe publicado en 1744, se queja del asombro de algunos porque una santa como Rosa de Lima floreciese en América, tierra, según ellos de maldad y salvajismo. Ese mismo tono de queja utiliza Teresa de Mier, a propósito de las constancias que la madre de Felipe de Jesús tuvo que hacer sobre el origen mexicano de su hijo; el clérigo criollo expresaba con dolor: «porque aquí­ no han de nacer santos ni se ha de aparecer la Santí­sima Virgen».

Como se puede advertir, el trabajo hace reflexionar y muestra la vida americana desde ámbitos quizá poco examinados. ¿No cree que hay suficientes razones para acercarse a la obra? Puede adquirirla en el Fondo de Cultura Económica y principales Librerí­as del paí­s.