Nos encontramos en un punto tal, que es innegable que casi todo el peso de la crisis económica que estamos padeciendo los guatemaltecos tiene su origen fuera de nuestras fronteras. Dos grandes fenómenos nos están arrastrando cual efecto dominó: la por fin reconocida oficialmente estanflación de la economía de los Estados Unidos de América, que trae, además, la caída de su moneda, el dólar y, el alza aparentemente imparable del petróleo. Las secuelas impactan negativamente en nuestra dependiente economía. Cruzarnos de brazos o caer en medidas de cortísimo plazo no harán sino acentuar nuestra dependencia y agudizar las debilidades estructurales del aparato productivo nacional.
Hace unos días a nuestra Prensa se le «pasó» un conjunto de declaraciones que formularan nada menos que los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales del Grupo de los Siete (G7), al reconocer en Washington que ha habido un evidente deterioro de la economía global desde que se reunieron el pasado mes de febrero. Pero el reconocimiento no se quedó ahí. El ministro de Finanzas del Reino Unido, Alistair Darling, hizo un llamado al G7 a tomar medidas urgentes para hacer frente a lo que describió como el mayor remezón económico desde la Gran Depresión ocurrida hace más de 70 años.
De pronto, los apologistas y acuciosos defensores del mercado y propulsores de la negación del Estado revisan los paradigmas impulsados e impuestos desde la década de los 90. Modelos que en este hemisferio tuvieron en el denominado «Chicago Boys» a su cuna de pensadores que inclusive en nuestro país significó que una universidad privada «importase» tales dogmas y se constituyera en el pilar de la «defensa de la libertad del individuo y promotora del mercado» con la solución a los problemas de las sociedades contemporáneas.
En otra parte de sus consideraciones concluyentes en dicho cónclave, Darling sugirió que para evitar problemas similares en el futuro con la banca crediticia están el obligarlos a revelar el monto real de sus pérdidas y más cooperación entre los reguladores financieros. Resulta que lo que ha sucedido en la «cuna» de la «libertad» es un fenómeno que salvando las escalas comparativas, nos sucedió recién a nosotros dada la ineficiente labor de la Superintendencia de Bancos. Y agrega en su preocupación Darling, que cree que la crisis en el mercado inmobiliario en Estados Unidos, desatada por los problemas con el otorgamiento de créditos de alto riesgo, conocidos también como sub-prime, le han costado a la economía global al menos US $200.000 millones hasta ahora y que podría aumentar.
Necesitamos un Estado fuerte con capacidad de fiscalización y suficiente fuerza coercitiva que impida los desmanes de los «libres hombres (y mujeres) de negocios». Hasta aquí esta brevísima revisión que debiera traducirse en un cese del acoso por la supuesta defensa de la «libertad» del individuo, pues está más que probado que lo que se promueve es la libertad de unos pocos en detrimento de la «esclavitud» de las mayorías desposeídas.
Y en el sentido de un amplio fortalecimiento de la capacidad del Estado por garantizar su efectiva presencia, me atrevo a sugerir que nuestro propio Estado se constituya en el amplio promotor de pequeños y medianos productores en la mayor cantidad de ámbitos de la actividad económica. Para ello, se ha de gestionar en el más inmediato plazo un préstamo que posibilite dotar créditos a la menor tasa de interés posible, de manera que se pueda incentivar en muchos sectores la productividad nacional.
Ese otro eufemismo del incremento de la promoción de la «competitividad» nacional se queda rebasado por las reglas que están imponiendo las economías emergentes de Oriente (China Continental e India), de tal forma que no nos espanten con otras sombras. Si se obtuviesen las aprobaciones necesarias para que por primera vez en nuestra historia acudiésemos al endeudamiento externo para ser destinado al incremento de empresarios y cooperativistas, con mayores capacidades de productividad y de oferta salarial, podríamos encarar la crisis de manera tal que los subsidios casi serían innecesarios. Y si, además, el Estado propicia una intervención en el mercado de los combustibles, quizás la eventual incorporación a «Petro-Caribe» podría reflejarse en una estabilización de los precios de los mismos. No pensemos en bajas, pensemos en detener las alzas. Pensemos en incrementar la capacidad adquisitiva del salario. Pensemos en darle su justiprecio al quetzal frente al dólar. Pensemos en crear mecanismos de confluencia de las remesas para el fomento de nuevas actividades productivas. Veremos que pasa.