En la democracia la ciudadanía confía, apoya y respalda -a través de la elección- a los líderes locales y nacionales para que sean los conductores de las alcaldías, Legislativo y Ejecutivo.
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El postularse a un cargo público implica una obligación, un respeto, una propuesta y una solicitud de confianza en el criterio, en la buena fe de la persona que se propone como candidato, para garantizar la búsqueda del bien común a través del ejercicio de la gestión pública.
Nuestro país es mucho menos estable en sus instituciones políticas que Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y El Salvador. Lo comprueba y evidencia el hecho que ningún partido político ha logrado, desde la vigencia de la actual Constitución, que la ciudadanía le respalde con su voto en más de un gobierno. Distinto es el caso del Congreso de la República y varias alcaldías, donde los votantes han electo y reelecto diputados y alcaldes.
La crítica y el desgaste han hecho que desaparezcan partidos como Democracia Cristiana, el Movimiento de Liberación Nacional, Unión del Centro Nacional, fuerzas políticas que dominaron la Constituyente de 1985, que nos dotó de la actual Constitución.
En el momento actual, la ciudadanía tiene el derecho de preguntar a Otto Pérez Molina, Efraín Ríos Montt, Alejandro Giammattei, Eduardo Suger, Luis Rabbé, Rigoberta Menchú, Eduardo Baldizón, Harold Caballeros y demás personas que aspiran a ser presidentes de la República ¿cuál es su propuesta a la problemática? ¿Cuál es su contribución, cuáles son sus soluciones a la crisis económico-social? ¿Qué planteamientos están dispuestos a respaldar a través de sus partidos políticos y sus bancadas en el Congreso ante la inseguridad, el elevado costo de la canasta alimenticia, la pérdida de ingresos salariales y el aumento de la inflación.
Es una obligación ineludible que fijen su postura de forma constructiva, recurrir a la crítica constante los coloca como quien aboga por la destrucción, la inseguridad, el hambre, la desnutrición, la falta de presente y de futuro para el país. El líder debe dejar clara su capacidad, su posición ante la ciudadanía.
El compromiso de cada líder nacional y local debe ser el de opinar, contribuir, aportar soluciones y búsqueda de consensos. Independientemente de quien sea quien presida el actual gobierno, los líderes son responsables de que no exista agenda nacional. La responsabilidad integral de la nación es de todos.
Los medios de comunicación social, televisivos, radiales y escritos, sin duda alguna, estarían anuentes a cubrir y publicar las opiniones y las propuestas de soluciones concretas que combatan la inseguridad, la crisis alimentaria, la falta de oportunidades de trabajo, la pérdida adquisitiva, la inmigración de un millón y medio de guatemaltecos que plantean y requieren las soluciones de quienes aspiran a ser los conductores políticos del presente y del futuro de nuestra Guatemala.
Criticar, denunciar, señalar y destruir es fácil; construir, desarrollar y mantener el progreso es una tarea difícil y permanente. Los líderes nacionales y locales deben comprobar que merecen ser dirigentes, no pueden evadir la responsabilidad.