Es una exageración llamar políticos a los que viven de la función pública en Guatemala porque no tienen la menor idea del sentido mismo de la política, de sus más altos objetivos y del servicio que demanda. Por ello es que tampoco podemos pretender que haya un debate de altura sobre los problemas de la realidad nacional, puesto que quienes se disputan el poder no tienen la mente puesta en cómo mejorar al país, elevar la calidad de vida de sus habitantes y sentar las bases para un desarrollo sostenido de la población más necesitada que ni siquiera puede gozar de la existencia de oportunidades que les generen ilusión.
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En ese contexto vemos que lo más candente de la campaña política permanente en que se mantienen quienes controlan a las organizaciones electoreras es el esfuerzo por destruir a cualquier contendiente y de esa cuenta aquí no hay debate sino que existe una sucesión de acusaciones que tienen la finalidad de minar al adversario porque no se ganan elecciones con propuesta lógica y sensata, sino apelando a los más bajos sentimientos de un electorado que, bueno es decirlo, se termina deleitando con ese festín de golpes y contragolpes que, según algunos, le dan sabor al caldo.
Guatemala presenta un deterioro institucional digno del mejor análisis de los expertos en política porque sin enfrentar ese problema no hay capacidad del Estado para atender sus fines constitucionales. Por una mezcla de razones, se envileció por completo la función pública y de paso se destruyó la institucionalidad porque todo lo que olía a Estado era vilipendiado y quedaba en la mira para su destrucción. Las instituciones están allí, pero son absolutamente ineficientes e inoperantes y apenas si les sacan provecho para mantener el ritmo de la corrupción que se convirtió en el gran objetivo de la llamada clase política nacional.
Nótese que a estas alturas el tema de la corrupción y del deterioro institucional ni siquiera figura en la agenda de los partidos políticos ni es objeto de preocupación de los candidatos. Ni siquiera de refilón se aborda el tema, lo que al elector inteligente le debe marcar la pauta de lo que nos espera. Es más, estamos tan mal en cuanto a propuesta, que ni siquiera el tema sensible de la violencia y la inseguridad merece la atención de quienes están en la lucha electoral. Si acaso se sacarán de la manga alguna frase babosa como aquella de que la violencia se combate con inteligencia o la de la mano dura contra los criminales, para que los incautos caigan de babosos por enésima vez, pero planes, estudios y acciones orientadas a enfrentar el problema ni siquiera existen.
El gran debate político de Guatemala tendría que ser el rescate de la institucionalidad democrática que arranca con los mismos partidos políticos y pasa por las entidades del sector público que perdieron el norte. Pero ese debate implica que hay que hablar de la mancuerna de la corrupción y la impunidad que van absolutamente de la mano y que constituyen la raíz profunda de los males nacionales.
Es curioso pero sobre esas materias ni siquiera babosadas hablan, como hacen sobre otros asuntos menos relevantes y cruciales.