«Ante el umbral del tiempo» de don León Aguilera


Grecia Aguilera

En el inicio del año 2010 comparto con ustedes esta excelsa Urna del Tiempo: «Un reloj de péndulo da cuatro golpes sonoros, son el pedestal de oro de la hora. Luego se sueltan seis disparos de sonoridades. Son las seis de la mañana. Un nuevo dí­a. De un golpe sale volando un ángel con estandarte de púrpura. Otro empuña el celaje auroral. Otro se desvanece con alas de diamante. Otro toca un clarí­n anaranjado. Un quinto se va con un cetro de amatistas. Un sexto chorrea el azul celeste de la mañana. Al final abrimos una jaulita dorada que va en el alma. La abrimos en el éxtasis de una oración y sacamos una paloma con un collar de esmeraldas en el cuello. Es la esperanza que impulsamos a volar con un mensaje de imploración a la divinidad para que la esperanza se torne acción. Ya volverá con una respuesta luminosa. Es el dí­a. Es el tiempo, tal como lo concebimos en nuestro planeta. Hemos dividido el año en 365 casillas, otras tantas aves de paso. Cada dí­a se escapa un pájaro dorado, negro, azul, lúgubre, ensoñador, melancólico, aciago o dulce para no más volver. En ese lapso han volado las bandadas de 52 semanas, de doce meses. El año se esfuma. El tiempo… El tiempo es oro dice el apresurado y codicioso, dice el ávido de aprender. El tiempo es vida dice el cuerdo, más amigo de profundizar la existencia, antes que de consumirla en ambiciosos logros. El tiempo es polvo de oro, colmillos de marfil y plumas de avestruz, sentencian los orientales, para subrayar la preciosidad de no perderlo en vanas querellas y en tontos desperdicios de minutos. Pero Júpiter tiene su tiempo, Saturno otro, Mercurio otro, Marte, Venus otros. Según sus caracterí­sticas cosmogónicas. El sol tiene otro concepto de tiempo. La Ví­a Láctea concibe el tiempo más inmensamente. Hasta que llegamos a la pérdida de noción del tiempo, de quien se coloca dentro del infinito y la creación. ¡Ni tiempo ni espacio concebí­s! Los hindúes juzgan que Dios-Brahma tiene un tiempo astronómico: un minuto en Brahma es una manvantara. Un millón de años… El mí­stico pronuncia la palabra OM… y puede fundirse en Buda en siglos, en esa sola palabra. Calendarios, almanaques, están allí­ nuevamente, para señalar los dí­as de triunfo o derrota, como le ocurrí­a a Baudelaire. En un haz está el año. Sellado y misterioso. Ya pronto irá deshojándose el calendario hasta adelgazarse. O iremos poniendo cruces sobre las fechas del mes. Y pensaremos: Nuestro tiempo, el nuestro transcurre. Y en medio de gloria o dolor, resuena el grito que un hombre que llevaba consigo una calavera, decí­a al oí­do del soberbio Scipión el romano: «acuérdate que no eres más que un simple mortal». La muerte, es un simple accidente de tiempo. En sí­ la muerte desde la perspectiva creadora no existe. Es la renovación de la humanidad. Si no muriéramos tendrí­amos una humanidad inmóvil, estratificada. Pero la Creación se vale del elemento muerte para levantar sus nuevas creaciones, para evolucionar en su eternidad. El tiempo, nuestro tiempo nos llama, a cumplir con nuestra misión humana en el planeta: superarnos, mejorar nuestro mundo. Se nos ha dado una libertad planetaria y cumplimos, aun cuando a veces pensemos que estamos perdiendo el tiempo, o hundidos en un mundo de extraví­os con una consigna divina. Saludemos agradecidos el nuevo tiempo que adviene: Brahma abre los ojos y en un parpadeo arroja las recién nacidas constelaciones concebidas en sus sueños. Nosotros somos un infinito limitado en el infinito. Somos también creadores. Creemos bien, bondad y acción hacia el futuro en el tiempo que nos juzga. Así­ seremos copartí­cipes con el Creador, así­ en nosotros se cumplirán sus maravillosos designios.»