El sistema de partidos políticos ha fallado en Guatemala. Eso es evidente siempre, pero sobre todo ahora, en época electoral, en que deben recurrir a postular a puros desconocidos.
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Veo los afiches electorales, y, salvo algunas excepciones, me son desconocidos muchos de ellos. En especial, con respecto a las candidaturas de diputados –por listado nacional, distrital y Parlacen- y alcaldes; peor aún, son más desconocidos los candidatos a síndicos y concejales.
Con la mejor sonrisa fingida que pudieron hacer, y después de descartar unas 300 fotografías, eligieron la menos peor, en la que aparecen con la cara más amable. Y, así, los Anónimos pretenden que les dé mi voto, sin saber siquiera quiénes son, qué han hecho o qué pretenden llegar a hacer.
Están los Anónimos que ponen su cara en los afiches; no me cabe duda de que éstos aportaron fondos como financistas al partido político, y el monto de su aporte es directamente proporcional al tamaño del afiche. A algunos les alcanza para rellenar de vallas gigantes toda la ciudad y principales carreteras del país, junto al presidenciable. A otros, quizá sólo una o dos vallas en puntos estratégicos. Otros, los más, en afiches y volantes. Y hay quienes que pretenden llegar al puesto con sólo publicitarse en Facebook.
Pero hay otros, más Anónimos aún, que ni siquiera lucen sus rostros en las vallas y que permanecen más ocultos y anónimos, en las últimas casillas de los listados, y que fueron incluidos para llenar la planilla. Pero, a pesar de que el partido ha desestimado ganar –según sus sondeos de intención de voto- esas casillas, los candidatos conservan la esperanza, algún chiripazo proporcionado por el método D’hondt.
Decía, pues, que el sistema ha fallado. Ha fallado porque es evidente que los partidos políticos se han convertido en meros vehículos electorales, en maquilas de candidatos, que llevan en sus primeras casillas a los caciques, y rellenan con el puro bagazo anónimo las casillas que no esperan ganar.
Me parecería que la Ley Electoral no ha fallado en este sentido, porque ha propiciado un mecanismo para postular liderazgos locales, a través de los comités cívicos, que sí están ideados para ser puros vehículos electorales. De hecho, desde este punto de vista, el espíritu de la ley está encaminado a que los partidos políticos hayan sido primero vehículos electorales, pero para competir localmente por el poder, y que de ahí empiecen a fortalecerse.
Pero ocurre que es al revés, ya que los partidos políticos en realidad se conforman con visión electoral, mientras que muchos comités cívicos fungen la función de los partidos, en el sentido que son formadores de democracia.
En otros países, por ejemplo, el candidato presidencial llega a serlo luego de una larga trayectoria política. A veces, puede empezar buscando un puesto de poder local, como una alcaldía. Después, podría buscar una gubernatura o una diputación regional. Luego, el paso lógico sería buscar puestos a nivel nacional, siendo la candidatura presidencial la más alta aspiración para un puesto de elección popular.
Los partidos, que deberían estar trabajando siempre en ofrecer propuestas y en trabajar con la comunidad, debería postular a esa gente que ha acreditado trabajo y que la gente llega a conocer. Pero, en realidad, ni los partidos trabajan ni los candidatos son gente del partido. Por ello, cuando llega la época electoral, los Anónimos surgen y se ubican en casillas electorales, esperando un golpe de suerte, para estar, al menos, unos cuatro años en el Congreso o en la alcaldía.
Aparte de los Presidenciables, y la mayoría de Vicepresidenciables, además de los candidatos de las primeras casillas para diputaciones, el resto de candidatos es anónimo. Como se dice popular (y peyorativamente): sólo él y su mamá votará por él. Ojalá que los partidos llegaran algún día a comprender que no deben postular a esos anónimos, y que sale más barato trabajar durante cuatro años con el partido, que costeando onerosas campañas publicitarias para que el Anónimo, al menos, sea visible un mes antes de las Elecciones.