Anochecí la víspera del Año Nuevo de 1961 en Los Espinos, un lugar quitado de la mano de Dios al fondo del Lago de Izabal. En aquél entonces el lago estaba poco poblado, únicamente existían algunas aldeas y caseríos a lo largo de sus 70 kms. de extensión. La mañana del 31 salimos de Puerto Barrios buscando la desembocadura del Río Dulce en una lancha poco marinera con un motor de apenas 15 caballos que nos permitía poder costear la gasolina, mi compañero de travesía era José María Reyna Barrios, ese notable médico que he mencionado en alguna de mis crónicas.
A todo lo largo del Río desde Livingston hasta la entrada del Lago de Izabal en donde hoy se ven chalets, restaurantes, marinas y hoteles de cinco estrellas no había más que uno que otro rancho perdido en el paisaje. Ese gigantesco puente que atraviesa el río medio siglo después como parte de la carretera al Petén, no existía. En las orillas del lago aparte de El Estor -accesible desde Alta Verapaz a través de la ruta del Polochic- y Mariscos en la orilla Este, no habían más vivientes que los pobladores de pequeñas aldeas y caseríos.
Esa noche del Año Nuevo en Los Espinos la pasamos con los aldeanos queckchíes alrededor de una fogata en donde se hizo música con una marimba de una sola pieza mientras tomábamos boj y guaro blanco acompañado de algunas chucherías producto de la mesa de Navidad. No nos hizo falta nada, había fraternidad y cada quien compartió lo que tenía, la olla con boj se fue vaciando y al llegar las doce de la noche, la hora mágica, para los miembros de la comunidad aquello no significó nada y no hubo cruce de abrazos, solamente sonrisas y gestos a falta de lenguaje. Cada quien metido en sus pensamientos, los míos giraban alrededor de una joven de 19 años que había conocido el 19 de diciembre y con quien me casaría y tendríamos nueve hijos, mi esposa y compañera. El amanecer fue bochornoso entre una masa de niebla que cubría el lago y los restos de la fogata cubriendo a aquel abigarrado grupo de hombres y mujeres durmientes esperando con el nuevo día un nuevo año. Años más tarde supe que los miembros jóvenes de aquella comunidad se habían integrado a la guerrilla de Marco Antonio Yon Sosa cuando actuaba en la Sierra de las Minas después del Movimiento del 13 de noviembre, quién sabe que fue de ellos.
El Año Nuevo de 1955 habíamos entrado al lago viajando por tierra desde Alta Verapaz pasando por Panzós, cerca de donde estuvo el poblado de Abbottsville cuando la colonización inglesa. Un viejo Jeep Land Rover tipo jardinera nos condujo a mi amigo -entonces estudiante de 2do. Año de Ingeniería- Eduardo Roesch Luna, hasta El Estor en donde abordamos una lancha hacia el Polochic. Ahí nos gozamos aquella maravilla cuando todavía abundaba la fauna y se podía constatar que los cocodrilos que se veían dibujados en los mapas turísticos de Guatemala en realidad existían. Cerca del río Cahabón en vecindad de lo que fue Abbottsville vivían unas familias queckchíes que no hablaban castellano. Una noche oímos rugir a un jaguar en la lejanía y lo hicimos bajar hasta la orilla del río atrayéndolo con una tigrera hecha con tecomates y cuero de conejo. Ante los bramidos indistinguibles del jaguar y la tigrera los aldeanos salieron con antorchas subidos en sus canoas detrás del llamado a medio río hasta que para alivio y diversión de todos les hicimos ver que nosotros imitábamos el rugido. Mientras reíamos allá en la orilla del río el verdadero jaguar principió también a rugir participando de la fiesta. Muy cerca de las doce de la noche celebramos aquel Año Nuevo en ese lugar insólito entre risas sin poder comunicarnos en la misma lengua unos con otros.
El 31 de diciembre de 2008 que escribí estas líneas estábamos con la dueña de mis pensamientos, aquella noche de Año Nuevo de 1960, hoy la pasamos en la vieja casa de la Bahía siempre en Izabal, a la vista de sus árboles encantados y su techo de lámina que compone melodías cuando llueve y sopla la brisa marina durante la noche. Es un lugar apacible en donde el entorno permite ver hacia atrás, de retroceso, los aciertos y errores de una vida en donde ha habido un poco de todo, éxitos, fracasos, tristezas y alegrías y en ella están acumulados los recuerdos del paso por la vida. Pienso que la ventaja cuando se principia a envejecer es que no nos tomamos en serio a nosotros mismos y vamos siendo capaces de vernos en nuestra propia dimensión, siempre me gustó aquello que un hombre no es lo que los demás creen que es, ni lo que él mismo cree que es sino lo que en realidad es . Un día un amigo se me acercó y me dijo: me han contado que te has convertido en un ermitaño, que estás retirado de todo y que ya quedaron atrás las quijotadas, yo le respondí tranquilo: retirado no lo creo, sólo soy un médico ya un poco viejo que quiere ser útil a su manera, ayer, hoy y siempre. UN MEJOR Aí‘O PARA TODOS!!!