Cada año que pasa los chapines vemos y oímos lo mismo: montaje de escenarios para repetitivas ceremonias en donde no están todos los que son, ni son todos los que están; discursos a granel y el innecesario derroche propagandístico en medios de comunicación con símbolos y palabras huecas, sin sentidos reales, acompañadas de costosos fuegos pirotécnicos, cuando hay gente con la panza vacía que cuando eleva sus ojos al cielo para verlos no tienen ni un pan para comer, ni salud, educación, justicia y seguridad, elementos básicos para alcanzar la paz aquí y en la Cochinchina.
Otra vez queda entonces al descubierto la falta de sustentación para festejar la firma de los llamados Acuerdos de Paz de 1996, que no fueron más que una componenda entre dos grupos interesados, el gobierno de turno a quien le urgía darse notoriedad para desvirtuar sus pocos logros y una fracasada guerrilla. Todo esto a espaldas del pueblo, a pesar de la tan cacareada democracia ¿o ya se olvidó la consulta por la cual fueron mayoritariamente rechazados?
Escribo este comentario sentado frente a mi computadora en una mañana de poco tráfico por el feriado de fin de año, lo que debiera representar gozar de la gratificante paz ambiental para hacerlo tranquilamente, pero el ulular de las sirenas de los bomberos me impiden concentrar mi atención, porque la guerra allá afuera en nuestras calles continúa peor que antes, porque ninguna de las partes que firmaron papeles con plumas Dupont de oro, que relataban un montón de buenas intenciones, equivocadas o no, nunca fueron cumplidos como era de esperarse.
Lástima que nuestros políticos sigan insistiendo en vivir de las apariencias en una democracia que no funciona, que no opera y que por lo tanto no da respuestas, mucho menos buenos resultados a una población que sigue soñando con vivir en concordia, con la comprensión y el respeto a los derechos de cada quien. ¿Podrá haber motivo de algarabía por haberse firmado la paz hace 12 años, para aquéllos que ese mismo día, a las dos de la tarde, se suben a una camioneta del servicio urbano en donde le exigen pagar dos, tres y hasta cuatro quetzales por un pasaje ilegal y arbitrario? Yo les pregunto a aquéllos que su megalomanía les hace sentirse dioses bajados del Olimpo con el laurel ciñéndoles la cabeza y una paloma de la paz entre sus manos, ¿no sería mejor que colocar rosas en un copiado monumento, participar en oficios ecuménicos o de pronunciar repetitivos discursos, ofrecerle a la población positivos resultados que le permitieran ahora vivir en paz y darle trabajo en provecho de una patria cada vez más justa y equitativa?, ¿Para festejar la paz, no sería mejor escuchar antes la opinión de una de tantas señoras que acongojadas han esperado el cadáver de su esposo, hijo o padre en la puerta de un anfiteatro?