Desde uno de los puntos más altos del valle de la Ciudad Capital, en la azotea de un alto edificio de la zona 10, un domo se abre para ofrecer una visión del universo. Desde ese pequeño punto, imperceptible en la Vía Láctea, el astrónomo visual Aníbal de León Maldonado se ha dedicado a la observación de los cuerpos celestes en el telescopio más moderno de Centroamérica.


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Desde hace 30 años, De León cumplió su sueño de tener un telescopio de largo alcance. Anteriormente, las instalaciones se encontraban ubicadas en el Cerrito del Carmen. Sin embargo, desde hace algunos años, realizó el traslado del Observatorio Astronómico Quetzal hacia la zona 10, donde tiene mejores condiciones visuales, especialmente por la altura y porque las luces de la ciudad no son tan fuertes en ese sector.
Ya tiene un largo recorrido en esta ciencia. Recuerda, por ejemplo, el paso del cometa Halley en 1986, del cual logró él las mejores fotografías de Guatemala, las cuales fueron publicadas por Diario La Hora en ese año. Sin embargo, señala que cuando este mismo meteoro pasó en 1910 tuvo mejores condiciones de visibilidad, ya que, según testimonios, el cielo se iluminó con su paso, a tal punto que “podía leerse un periódico en la noche”.
La afición le nació desde niño. Dice que su mismo padre fue quien “tuvo la culpa”, ya que era él quien le enseñaba las estrellas. Sin embargo, su progenitor no tenía los conocimientos astronómicos y le refería los nombres populares de los astros. Cuando De León Maldonado se fue adentrando a los estudios astronómicos, fue conociendo Las Pléyades y a Orión, cuerpos celestes que le despertaron admiración desde patojo.
Pero fue su mismo padre quien le advirtió que, aunque le gustase la astronomía, eso no le daría para vivir y que si insistía en esa vocación se podría morir de hambre. Entonces, en función del pragmatismo, estudió otra carrera, pero su afición por las estrellas y los planetas terminaría por ganarse todo su tiempo. Y hoy día se dedica a esto, sin que le haya faltado el alimento.
EL TELESCOPIO
Éste es el segundo telescopio de precisión que don Aníbal tiene; el anterior era análogo, y todavía había que moverlo de forma manual. Sin embargo, el que tiene actualmente es electrónico computarizado, que utiliza tecnología GPS para ubicar por lo menos 40 mil cuerpos celestes, y que constantemente se están actualizando.
Su yerno, Pablo, es quien le ha seguido la huella para el mantenimiento del Observatorio Quetzal, ya que es ingeniero electrónico y se ha encargado de la instalación computarizada y de la programación del telescopio.
El lente es de 15 pulgadas de diámetro y es capaz de captar el espacio profundo. Poco a poco, se ha hecho con accesorios para mejorar la visibilidad del telescopio, como filtros para poder observar el Sol, para eliminar el efecto de las luces de la ciudad, o para ver con precisión los cráteres de la Luna.
El telescopio tiene un montaje ecuatorial, lo cual hace que se pueda utilizar la maquinaria sin cálculos complejos. A pesar de que ya no es tan útil para ubicarse, el licenciado De León aún conserva su reloj sideral, necesario para el anterior telescopio, pero que hoy día ya no tiene mayor implicación para ubicar a los astros.
El aparato es el mejor de Centroamérica. Astrónomos del istmo se han acercado a él para realizar sus investigaciones. El Observatorio Quetzal ha estado abierto para darle alas a esta ciencia. Incluso, De León, en su calidad de director de las instalaciones, realiza actividades para presenciar algunos eventos en el espacio. Este centro de observación celeste se mantiene con las puertas abiertas, tal es la actitud de De León, quien luce emocionado cuando habla de las instalaciones, no digamos de las estrellas.
OBSERVACIÓN FILOSÓFICA
Si de preferencias se trata, De León gusta particularmente de Sirius, la estrella más brillante en el cielo nocturno vista desde la Tierra, y que se caracteriza por ser un sistema solar doble.
Sin embargo, disfruta de igual forma observar otros astros. De hecho, algunos no son posibles verlos siempre, incluso hay otros que solo son visibles por un período, por lo cual hay que aprovechar.
Utilizando un aparato de proyección de diapositivas, De León va mostrando las distintas escalas del universo. El planeta Tierra es apenas uno de los miembros del Sistema Solar. “Nuestro Sol –se detiene a explicar- es una estrella que está en su madurez; al nacer, las estrellas tienen un tono azul, después se tornan amarillentas, y posteriormente rojas, como está actualmente nuestro Sol”. Es decir, que nuestra estrella ya está en el ocaso de su vida, y se le estima que dentro de diez mil millones de años morirá.
Las estrellas, al morir, hacen una explosión, llamada Nova, o bien Supernova si es muy fuerte la detonación. Tras este fenómeno, se forma una nebulosa. Al reconcentrarse el material de la nebulosa, se vuelven a formar estrellas y la vida. De hecho, De León explica que es así como se cree que se formó la vida, tras una explosión estelar.
Por ello es que De León considera que debemos considerarnos hijos de las estrellas, porque nacimos del polvo de una explosión estelar. Nuestro Sol, explica, es de segunda generación, es decir, que nació después de una nova.
Después de reflexionar sobre el Sol, continúa mostrando el Sistema Solar. Por ejemplo, explicó que Júpiter funge como una especie de guardaespaldas de La Tierra, ya que por su gran tamaño atrae a los meteoritos que van con rumbo a nuestro planeta. De esa forma, hay varios misiles que se ha sabido que tienen dirección hacia nuestro hogar, pero que Júpiter los atrae, o los parte en múltiples pedazos.
Luego muestra que el Sistema Solar es tan solo una parte de la Vía Láctea, nuestra galaxia que está formada por 300 mil millones de estrellas. Y luego la concentración de galaxias. Y luego la superconcentración de galaxias. Y así hasta llegar al Universo, inexplicable y que nadie ha logrado concebir de un golpe, ni se sabe cómo funciona, si tiene un centro y, si lo tiene, dónde está.
Y ante esta magnificencia, esta grandeza, es inexplicable, dice De León, que haya personas que aún tengan ansias de poder. Si al tratar de ubicarse en el Universo, nos damos cuenta de que somos menos que nada. Es imposible no ser filósofo cuando se es astrónomo, confiesa.
También señala que le parece impensable considerar que no haya vida en otra parte del Universo, porque éste es infinito, tanto así que ante la cantidad de planetas y satélites naturales que debe de existir es muy probable de que haya otro cuerpo celeste con las mismas características de la Tierra para poder albergar vida.
Esta entrevista se realizó el 21 de junio pasado, día del Solsticio, pero lamentablemente se encontraba el cielo nublado. De León había instalado el filtro para la luz del Sol en el telescopio, pero no fue posible observar astro alguno. Sin embargo, el entusiasmo y el brillo de los ojos sí fueron visibles, sin necesidad de telescopio alguno.
Así que el telescopio fue dirigido hacia la Estrella Polar, posición en la que debe ser alineado cuando está apagado, y el domo se cerró, esperando abrirse de nuevo para desentrañar los secretos de los astros y las reflexiones que nos enseñan que debemos ser humildes ante esta armonía astral infinita.
Los Mayas
De León Maldonado señala, con cierta tristeza, que le parece asombroso que en Guatemala no se aproveche todo el legado astronómico que la cultura maya realizó hace miles de años. Incluso, en este año, en que se celebra el fin de ciclo, que es cuando debería aprovecharse que se cuenta con la atención mundial y hacer que el país brille con este aspecto positivo.
Para el astrónomo, el 21 de diciembre no será el fin del mundo. Él, en su ciencia, entiende que los mayas lograron identificar un cambio de ciclo, pero no necesariamente significa un cataclismo.
El próximo 31 de julio, Diario La Hora publicará un suplemento especial de Aníbal de León Maldonado, titulado Un gran susto para el 2012, en el cual explica científicamente este cambio de ciclo.