Las sirenas alertan por enésima vez de un ataque con cohetes en Beersheva, la gran ciudad del sur de Israel. Pero Mayid al Surur permanece impávido, pues lo único que le preocupa es el destino de sus cuatro nietos, que viven en Gaza bajo las bombas israelíes.

«Me siento responsable de ellos como si fuese su padre», afirma este hombre de 55 años en su minúscula tienda de electrónica. «Es lo único que me preocupa», agrega.
Mayid al Surur nació y creció en la ciudad de Jan Yunes, en el sur de la franja de Gaza, actualmente sometida al más violento ataque lanzado por el ejército israelí contra ese pequeño territorio palestino de 362 km2.
En 1988, tras casarse con una árabe israelí, obtuvo la nacionalidad israelí y se instaló en Beersheva, ciudad situada a unos 40 km de Gaza y por lo tanto al alcance de los cohetes lanzados por los movimientos palestinos Hamas y Yihad Islámica.
Los proyectiles, que sólo han causado daños materiales en los suburbios de Beersheva, no han cambiado la vida del mercado, donde una multitud sigue ocupada en sus tareas pese a las sirenas.
En Gaza las condiciones son mucho más duras. La familia de Mayid no sale de casa. «Están aterrorizados», afirma Mayid, «no hay electricidad o casi y prácticamente nada que comer».
Sus dos hijos, uno de ellos recién casado y el otro padre de cuatro niños de corta edad, le llaman en cuanto vuelve la electricidad -unas dos horas por día- para tranquilizarlo.
Como muchas familias entre los 1,2 millones de árabes israelíes, la de Mayid se vio dispersada por el conflicto israelo-palestino. Algunos viven en Israel, otros en los territorios palestinos y algunos más en los países árabes vecinos.
Mayid no ha podido ir a Gaza desde que en septiembre de 2000 estalló la segunda Intifada.
El primer ministro del gobierno de Hamas en Gaza, Ismail Haniye, tiene también tres hermanas casadas con árabes israelíes que viven en Israel, cerca de Beersheva.
Bilal Abu Yamaa partió de Jan Yunes en 1993 para instalarse en Beersheva, pero su tío, explica este árabe israelí de 28 años mientras bebe su café, sigue viviendo en Gaza con sus seis hijos.
Los soldados israelíes «destruyeron su casa ayer», afirma poco después de haber hablado con él por teléfono. «Se refugió con sus hijos en una escuela», explica.
Bilal acusa al ejército israelí pero también a Hamas de este conflicto que ha causado más de 900 muertos palestinos -550 de los cuales eran combatientes de Hamas según Israel- y 13 muertos israelíes.
«El ejército israelí debería combatir contra Hamas y Hamas debería combatir contra el ejército. No deberían matar a niños pequeños», lamenta.
Como Mayid al Surur, no presta atención a las sirenas cuando llegan los cohetes palestinos disparados desde Gaza, que no distinguen entre árabes y judíos.
«Oímos las sireanas tres, cuatro o cinco veces por día. Todo el mundo tiene miedo y el que diga lo contrario está mintiendo», afirma.
Hani Abu Sweis, de 27 años, vendedor en un comercio, asegura que muchos árabes israelíes se niegan a hablar de sus familias en Gaza por temor a las represelias de las autoridades israelíes.
«La gente está sometida a una fuerte presión», explica. «Nos están observando. Todo el mundo tiene aquí su vida y quiere conservarla», agrega.