Hace una semana precisamente el pasado sábado, me encontraba en la playa del Pacífico, junto a mi esposo Ricardo Gatica y mi hijo Diego, estábamos asistiendo a la unión matrimonial de mi hijo Andrés y su novia Eva.
Quienes luego de dos años de noviazgo decidieron unir sus vidas, vivir juntos y formar su propia familia. Algo que la mayoría de nosotros hemos hecho o haremos en algún punto de nuestra vida.
La ceremonia se llevó a cabo en la playa en donde la marea, por momentos asustó a algún invitado, quien logró calmarse al oír el sonido de los violines que se dejó escuchar cuando aparecieron los pajecitos y las damas vestidas de color sandía.
Eva ataviada con un hermoso traje blanco que definía su bella figura, llegó hasta el sitio escogido acompañada del brazo de su padre don Carlos Linde, caminó por una alfombra roja iluminada por antorchas y se presentó ante Andrés que la esperaba al lado del notario.
En adelante la emoción subió de tono junto con la marea, las palabras del notario que les daba a conocer sus obligaciones y derechos en esta nueva vida que deseaban emprender. Luego la lectura de los votos, los recuerdos, las promesas y los buenos deseos expresados por los contrayentes hicieron brotar risas y lágrimas, para llegar al momento de la colocación de los anillos y las palabras esperadas que dieron por concluida la boda “los declaro formalmente casados ante la ley; puede el novio besar a la novia.
Seguidamente la toma de las fotografías oficiales, con el mar de fondo y un lejano resplandor del sol que ya se ocultaba, para pasar más tarde a disfrutar de la celebración.
El brindis y los buenos deseos porque estos jóvenes que inician una nueva vida en común, que encuentren juntos el camino de la felicidad, del respeto mutuo y de la responsabilidad en la procreación de sus hijos y creación de una nueva familia guatemalteca cimentada en las buenas costumbres, en los valores sociales y en los principios familiares que heredaron de sus padres.
Dentro de la alegría que aún me embarga como si acabara de ocurrir, quiero hacer una reflexión sobre las nuevas familias a las que la sociedad está dando paso.
Sobre la responsabilidad que está exigiendo a los padres de los niños y jóvenes en sus cuidados, en su atención y en su protección. No es posible que continuemos sin exigir cuentas ni deducir responsabilidades a los padres, quienes aducen falta de recursos o exceso de trabajo para justificar el descuido de sus hijos y las malas acciones y compañías.
Es necesario para reencontrar la ruta volver al principio, a la familia, a que el Estado también exija cuentas a los padres y tutores sobre las acciones de sus hijos menores de edad. Y a que los padres actuemos como tales durante el resto de nuestra vida, como apoyo, como consejeros, como ejemplo del bueno.
Es importante que no caigamos en el abandono de nuestros hijos, aún ya casados, sino que nos mantengamos distantes, pero cercanos. Fortaleciendo la familia extendida para crear una mejor sociedad guatemalteca.
Y al matrimonio Gatica Linde, los mejores deseos.