Tasso, ¿mito o realidad?, no sé. Cuando lo veo, a veces lo imagino frente al Templo de Hefesto, o leyendo algún libro a las orillas del mar Egeo, o escribiendo en algún lugar de la ciudad de Lieja sus propias historias sobre Tintín y su perrito Milú. Lo que sí es cierto, es que compartir con un personaje como Tasso es muy agradable e interesante. Posee una memoria prodigiosa. Sus conocimientos son extensos, aborda cualquier tema con facilidad y lo explica sin dificultad. Con Tasso tenemos muchas cosas en común, por ejemplo el amor por los libros y la lectura; en su hermosa biblioteca existen volúmenes del siglo XVI y todos están muy bien conservados. Su colección de libros me recuerda mi poema Meditación que dice en una de sus estrofas: «Sumergirse en el mundo de los libros/ adentrarse en la lectura/ y sentirse protagonista/ de una obra fantástica o soñadora/ en una tarde de invierno/ o de una noche de huracanado viento/ siempre ha sido mi momento/ el instante más gozado/ el deseo más intenso.» En una de esas tardes sibaritas, compartiendo y degustando un buen café con mi esposo Carlos-Rafael Pérez Díaz y con mi amigo Tasso Hadjidodou, platicamos un poco de la vida de Tasso y sobre el origen de su nombre Anastasios, que significa «resucitado» en griego. Mi esposo agrega que a él siempre le llamó la atención que muy pocas personas en Guatemala pronunciaran su apellido correctamente, a lo que Tasso añade que durante un acto muy importante, en el que hablaron sobre su personalidad, todos los personajes que dijeron su apellido lo pronunciaron de diferente forma, lo cual le causa mucha risa. Empero, para las personas cuidadosas que deseen aprender a pronunciar como es debido el apellido de nuestro amigo Tasso, hay un modo: se escribe: Hadjidodou y se pronuncia: «adyidodu». Ahora, voy a contar una anécdota de cuando conocí por primera vez a Tasso, esto sucedió cuando yo tenía siete años. Mi señora madre María del Mar, debía asistir a un «té» en el restaurante Brasilia del antiguo Hotel Ritz Continental; pasó a recogerme al colegio donde yo estudiaba y como ya era tarde no le daba tiempo para llevarme a casa, así que me dijo que tenía que ir con ella a la reunión y que me portara bien. Cuando llegamos al restaurante se me antojó un helado que vi en la ilustración del menú, así que siguiendo las reglas y con toda la educación del caso le dije a mi madre: «quiero un helado como el de la foto», a lo que ella respondió: «el menú que escogieron para la actividad de esta tarde es lo que van a servir…» Así que al no gustarme la respuesta continué pidiendo el helado, y como era de esperarse, mis peticiones fueron ignoradas, por lo que me puse a llorar y luego el llanto se convirtió en un berrinche ¡pues yo quería un helado! De repente se acercó a mí un simpático señor que se dirigió a mi madre y le habló con un particular tono de voz y acento extranjero, diciéndole: «Â¿qué le pasa a la niña, porqué está llorando, y de esa forma?», a lo que mi señora madre respondió: «Â¡Ay Tasso lindo!, quiere un helado… que espere a que sirvan el menú…» A los pocos minutos de esta pequeña conversación, se acercó un mesero y ¡sorpresa! frente a mí estaba el helado de la fotografía; miré para atrás y allí estaba Tasso saludándome. Al rato se acercó de nuevo y le dijo a María del Mar: «no es bueno que la niña se quede con las ganas de comerse un helado.» Y como por arte de magia desapareció, como en los cuentos de hadas, o como si fuera el Efrit de una lámpara maravillosa. Así que como un regalo de cumpleaños, le escribo estas líneas y le cuento no un cuento sino un suceso de mi vida que recordaré siempre. ¡Feliz Cumpleaños Tasso! y espero que sus 86 años los celebremos disfrutando de un colorido y dulce helado.