La expulsión del ex primer ministro paquistaní Nawaz Sharif, el lunes, tras volver del exilio, permite al presidente Pervez Musharraf ganar tiempo, pese a sus débiles posibilidades de seguir en el poder ante la hostilidad de la justicia y los ataques de Al Qaida.
Musharraf, que tomó el poder en un golpe de Estado incruento hace casi ocho años, hizo arrestar y luego expulsar al exilio en Arabia Saudita a Sharif, apenas este último puso pie de vuelta, el lunes, en Pakistán, para participar en las próximas elecciones.
Sin embargo, el fracasado y teatral retorno del ex primer ministro es el último golpe contra el régimen cada vez más vacilante del general, tras los recibidos en los últimos seis meses a raíz de su fallido intento de destituir al presidente de la Corte Suprema.
Este último denuncia que Musharraf no puede ser reelegido presidente en las elecciones de finales de año si no renuncia antes a su actual cargo de jefe de las fuerzas armadas.
Sin embargo, controlar el ejército es vital en Pakistán, una potencia nuclear de 160 millones de habitantes que ha vivido más de la mitad de sus 60 años de existencia bajo regímenes militares.
Desde hace seis meses son incontables las manifestaciones contra Musharraf, a quien además la Corte Suprema dañó profundamente al autorizar la vuelta de Sharif del exilio dos años antes del fin del acuerdo firmado por el ex primer ministro en 2000 para salvarse de la cadena perpetua por corrupción y traición.
«La crisis política debilita la lucha contra el terrorismo» que Musharraf, un aliado clave de Estados Unidos en su «guerra contra el terrorismo», lanzó recientemente, considera Talat Masood, general retirado y politólogo.
Tras el asalto a la Mezquita Roja de Islamabad, en julio, en el que murieron un centenar de islamistas, Al Qaida llamó a la venganza y una campaña de atentados acabó con 220 vidas en todo el país.
En cuanto a la expulsión de Sharif, su partido presentó el martes una denuncia por «ultraje a la justicia» ante la Corte Suprema.
Sin embargo, para el politólogo Hasan Askari, el gesto «permitió acabar con un rival, pero es de cortas miras».
«En cualquier caso, reforzará a la oposición e intensificará el enfrentamiento con la Corte Suprema», explica.
Pese a que la prensa paquistaní denunció unánimemente la «negativa de justicia», varios analistas subrayan la ausencia de manifestaciones significativas de acogida a Sharif o de protestas contra su expulsión, anunciada y esperada.
Otros expertos aseguran, asimismo, que algunos jerarcas del partido de Musharraf hubieran visto con buenos ojos la presencia de Sharif en las legislativas.
El general «y sus aliados reaccionan demasiado rápido ante los acontecimientos», juzga Rasul Baksh Raees, docente de la universidad de Ciencias Humanas de Lahore (este).
La expulsión de Sharif y el auge del radicalismo islamista «conducen cada vez más hacia lo inevitable», resume el editorialista Najam Sethi.
«El enfrentamiento con la Corte Suprema no deja elección entre la instauración de la ley marcial y un acuerdo con Benazir Bhutto» (ex primera ministra también en exilio), sostiene Sethi.
Pero las negociaciones iniciadas en julio entre Musharraf y Bhutto para compartir el poder parecen haberse estancado.