Mariano Cantoral
Más allá de sus personajes chuscos, «El Chavo del 8» contiene un trasfondo cultural-etnográfico-sociológico interesante, personajes bien caracterizados, bien pensados.
Durante largas horas de ocio mental retrospectivo, conjeturé que la célebre, graciosa y cándida serie televisiva mejicana, «El Chavo del 8», creación de Roberto Gómez Bolaños (1929), es un buen espejo para distinguir en el reflejo fílmico de la televisión, la configuración social y sus implicaciones.
Dentro de la tan ingeniosa, y blancamente chistosa trama de «El Chavo del 8», se traslucen interesantes variables culturales, incluso ideológicas, y acaso pueden servir como un compendio visual acerca de trascendentes temas sociológicos que se han asimilado a través de la historia, elementos psicológicos, culturales, antropológicos, económicos, etcétera.
Me voy a atrever a examinar desde dicha perspectiva a algunos de sus personajes:
Empecemos por don Ramón, un desempleado que siempre anda en busca de un trabajo rogándole a Dios no encontrarlo, moroso, faldero, ambicioso, listo, oportunista, ostenta en su haber un pasado insospechado, además de ser padre soltero; esto no suena a un perfil humano muy atípico… de hecho es factible hallarlo en muchas partes del mundo, incluso en la vecindad de su casa.
La única hija del don Ramón es la Chilindrina; ella simboliza la astucia, la habilidad para manipular al prójimo, con picardías, mentiras y chantajes.
Luego, el señor Barriga representa a la clase social adinerada, un señor gordo (acaso porque tiene mucho dinero para darse lujos de gourmets) que vive de sus rentas y negocios, quien con su moral la mayor parte del tiempo en bajeza, presume su estatus ante los inquilinos, a quienes no les encuentra otro beneficio más que las cuotas mensuales que le amortizan, aunque conserva cierta bondad, pues, a pesar de que don Ramón no cancela las mensualidades y lo escabulle para tal efecto, no lo desaloja ¿quien sabe por qué?; seguramente hay algún mensaje cifrado tras esa situación ¿dignidad mercantilista?, o ¿pauperismo escurridizo?
Siempre que el señor Barriga llega a la vecindad, el Chavo, lo recibe con algún porrazo insospechado. ¿Otro mensaje cifrado?, ¿golpeemos al poderoso?, ¿ridiculicémoslo?
Doña Florinda, una señora soltera que representa a la petulancia, la falsa conciencia que alguna vez explicó Hegel (pensamiento de los individuos que no es consecuente con sus condiciones materiales de existencia), pues a pesar de vivir en la humilde vecindad, ningunea a sus vecinos, se jacta de poseer una condición económica irreal, mima exacerbadamente a su hijo Kiko para vigorizar sus pretensiones imaginarias, tendientes a sentirse en un estatus jerárquicamente superior.
Dentro de los diversos argumentos, resalto uno que se desliga de ciertos paradigmas conservadores de la época en la cual se filmó la serie; se trata de la mencionada doña Florinda, quien sostiene una relación sentimental con un hombre que no es su conviviente, el profesor Jirafales, quien encarna a la erudición, a los estratos sociales de la pedagogía, pero más que eso a la clase instruida, a la ilustrada medievalesca, a la del puro en la boca como signo de elegancia, digámoslo así.
Doña Florinda abofetea a don Ramón por algo inmerecido ¿Mensaje cifrado? ¿Inmerecidos sufrimientos de la miseria?
Ahora, el protagonista, el Chavo del 8, un niño huérfano, nómada y harapiento, quien vive en un barril, situación acaso inverosímil, pero que constituye «per se», una representación del pauperismo, la mendicidad de la clase social inferior. Situación no lejana a nuestra realidad.
Jaimito, el cartero, es un personaje circunstancial, personifica a la desidia, con lo de «evitar la fatiga», pero que reiterativamente nos brinda una descripción poética de su lugar de procedencia Tangamandapio (¿un lugar quimérico, posiblemente utópico?) al definirlo como una tierra de «crepúsculos arrebolados».
Las apariciones azarosas de la Popis (sobrina de doña Florinda), quien para efectos sociológicos-simbólicos juega un papel similar al de Kiko, pero en versión femenina, es la voz que propone acusar, imputar, querellar: «acúsalo con tu mamá…» (¿»El Chavo del 8″ como fuente del derecho procesal acusatorio?)
í‘oño, el hijo del señor Barriga, representa a los hidalgos, los hijos de los potentados, la obesidad como símbolo de poder-riqueza, tal vez.
Más allá de sus personajes chuscos, «El Chavo del 8» contiene un trasfondo cultural-etnográfico-sociológico interesante, personajes bien caracterizados, bien pensados; se sabe que Roberto Gómez Bolaños se instruyó mucho, no por nada se ganó el apelativo de Shakespearito (mini Shakespeare), y después la mutación fonética de su mote hasta ser Chespirito.
Quizá recuerden, las versiones de «Fausto», «Romeo y Julieta», «Los tres mosqueteros», y otros clásicos literarios en la serie del «Chapulín Colorado», o qué tal otros personajes de Chespirito, como los rateros redimidos del Botija y el Chómpiras (queda pendiente un análisis de ellos).
Inmenso contenido ideológico, sociológico y axiológico es viable descubrir si indagamos en el comportamiento, y modo de vida de los personajes de Chespirito, en el caso que nos ocupó hoy, los de esta entretenida y querida serie popular por varias generaciones.
Me surgen unas interrogaciones finales que a lo mejor fueron primarias:
¿Qué habrá pasado por la mente de Roberto Gómez Bolaños para proyectar y diseñar sus personajes (y sus personalidades)?, ¿Será que meditó bastante para delimitar y caracterizar a sus héroes? ¿Pretendería legarnos un registro histórico- ideológico oculto dentro de los acaecimientos graciosos de sus personales? o ¿Será que sólo se trata de una paranoia mía?
Ignoro si el fenómeno Chespirito ha sido analizado otrora desde esta óptica, pero únicamente me resta agregar que considero a este señor un genio, una leyenda viva de la industria televisiva y del humor blanco, se merece dignos reconocimientos ahora que aún vive.