El 1 de mayo de 2004, los líderes europeos celebraban con pompa el ingreso de diez nuevos miembros -Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Chipre y Malta-, medio siglo después de que la Segunda Guerra Mundial dividiera en dos el Viejo Continente.
Bulgaria y Rumania se adhirieron el 1 de enero de 2007, completando la Unión Europea de hoy en día, de 27 Estados miembros.
En los primeros tiempos de esta Europa ampliada al Este reinó la satisfacción, incluso para los más escépticos: los recién llegados registraron un fuerte crecimiento económico y del empleo y la temida llegada a occidente de hordas de trabajadores del este, que amenazarían a los asalariados locales, nunca se produjo.
«En realidad, la Europa ampliada funciona bien, no ha habido ningún drama, ninguna razón para temerla», estima Piotr Maciej Kaczynski, analista del Centro de Estudios de Política Europea en Bruselas.
Pero el entusiasmo se desvaneció. La canciller alemana, Angela Merkel, reclamó recientemente «una larga pausa» después de la próxima adhesión prevista, la de Croacia, en 2010 ó 2011, en provecho del «fortalecimiento de la identidad y las instituciones» de la Unión Europea (UE).
Alemania, al igual que Francia, se opone a la entrada de Turquía, un inmenso país de mayoría musulmana, con la que el bloque lleva a cabo negociaciones que avanzan en cuentagotas desde 2005.
«Siempre me he opuesto a este ingreso. Creo poder decir que la inmensa mayoría de los Estados miembros (de la UE) comparte la posición de Francia», declaró a principios de abril el presidente francés, Nicolas Sarkozy, en referencia a Turquía.
La cuestión de la adhesión a la UE se volvió además de actualidad en Islandia, un país duramente golpeado por la crisis económica.
«La resistencia a continuar la ampliación se debe sobre todo a las dos últimas olas (de ingresos), que todavía no han sido digeridas por la población», señala Katinka Barysch, analista del Centro para la Reforma Europea en Londres.
La crisis económica acentuó este sentimiento, anulando el espíritu de solidaridad en beneficio de las tentaciones proteccionistas.
«Lo importante es al menos continuar con el proceso, y eso es algo que me preocupa, porque actualmente está bloqueado» y es «rehén de los intereses nacionales», asegura Barysch.
Alemania frenó durante tres meses este año el proceso de la candidatura de Montenegro, puramente técnico y embrionario.
Eslovenia ha logrado congelar las negociaciones de adhesión de su vecino croata debido a una disputa fronteriza.
Parte de las negociaciones con Turquía están bloqueadas a causa del conflicto de Chipre, y Grecia amenaza con poner dificultades a Macedonia, a la que no reconoce con este nombre.
Serbia, otro país de los Balcanes que desea entrar en la UE junto a Albania y Bosnia, sigue en la antesala del bloque, debido a la oposición de Holanda.
Algunos países como Francia han advertido además de que no habrá nuevas ampliaciones hasta que se ratifique plenamente el tratado de Lisboa, llamado a mejorar el funcionamiento institucional de la UE ampliada, pero todavía pendiente de ser validado por los irlandeses (que lo rechazaron en un referéndum) y por los checos.
El comisario europeo para la Ampliación, Olli Rehn, lanzó recientemente una advertencia: «No debemos abandonar los esfuerzos» para integrar a los Balcanes, puesto que están en juego «los intereses fundamentales de Europa».
Cinco años después de la gran ampliación de la Unión Europea (UE), el apetito de Turquía por unirse al club empieza a flaquear y la espinosa cuestión de Chipre, que formaba parte de ese grupo de nuevos miembros, podría ser una prueba de fuego para las relaciones turco-europeas.
«Para los turcos, es complicado ver la luz al final del túnel», subraya Mehmet Ozcan, del Instituto de Investigaciones Estratégicas en Turquía.
Ozcan alega que desde el inicio de las conversaciones con vistas a su ingreso a la UE, en octubre en 2005, Ankara ha realizado «muchas reformas» y cita una reciente: la creación de la primera cadena de televisión pública exclusivamente en kurdo, respondiendo a las exigencias europeas sobre derechos de las minorías.
«La población se pregunta sin cesar: «Â¿Qué hemos recibido a cambio de los esfuerzos realizados?»», dice Ozcan, quien percibe un «pesimismo» en Turquía pese a que ningún sondeo reciente confirma ese sentimiento.
El investigador admite que la lentitud de las conversaciones deriva también de los conflictos internos en Turquía, donde el gobierno islamo-conservador del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ha aflojado el ritmo de reformas desde hace dos años, debido a una serie de elecciones y crisis institucionales en torno al laicismo.
«Ankara no logrará forzar la puerta de la UE sin reformas democráticas, pero las declaraciones desalentadoras de los líderes europeos desagradan a su vez a los turcos», estima Ozcan.
Francia y Alemania encabezan el grupo de países abiertamente hostiles a la adhesión de Turquía.
Ankara sólo ha inaugurado por ahora 10 de los 35 capítulos temáticos que jalonan las negociaciones de adhesión. El bloque europeo decidió en 2006 congelar ocho, ante el rechazo de Turquía de abrir sus puertos y aeropuertos a la República de Chipre, un miembro de la UE que Ankara no reconoce.
«Esta cuestión bloquea los avances. Sin una solución de ese expediente, no veremos el final del túnel», estima Sinem Aí§ikmese, de la Fundación para la Investigación sobre Políticas Económicas.
La UE fijó diciembre de 2009 como fecha límite para que Ankara aplicara la unión aduanera con la República de Chipre y un bloqueo podría tener duras consecuencias para la adhesión turca.
«Quizás no una ruptura», estima Ozcan, «pero seguramente una congelación de las relaciones, a menos que la UE decida dar otro año a Ankara» para respetar sus compromisos con Chipre.
«Turquía no está dispuesta a mover ficha» hasta que no se concluya el diálogo iniciado en 2008 entre dirigentes greco y turco-chipriotas de la isla, dividida desde 1974, afirmó el negociador en jefe de la UE, Egemen Bagis.
Ankara reclama que se levanten las sanciones económicas contra la entidad turca que controla el norte de Chipre, tal y como prometió la Comisión Europea tras la adhesión de la isla a la Unión, el 1º de mayo de 2004, junto a otros nueve países de Europa central y del este.
La emergencia de constantes escollos en el camino europeo de Turquía se ha visto no obstante compensada mínimamente en las últimas semanas por la intervención del presidente estadounidense y un gesto conciliador con Armenia.
El presidente Barack Obama abogó a principios de abril en una visita al país laico de mayoría musulmana por su adhesión en la UE, creando una «dinámica» favorable para Ankara, según un diplomático turco.
El anuncio este mes de Turquía y Armenia de querer normalizar sus relaciones históricamente hostiles también podría jugar en favor de los turcos.