Amor verdadero


EDUardo-Blandon-2013

El otro día, a propósito del cumpleaños de un amigo que celebraba sus 60 y tantas primaveras, su hija en una página social le escribió lo siguiente: “Feliz cumpleaños papá, no olvides que tú has sido mi primer amor… te quiero mucho”.   Por más que han pasado los días, no dejo de pensar en ese sentimiento profundo de una niña que reconoce con ternura lo que ha sido su padre, su primer amor.

Eduardo Blandón


Eso mismo, me parece, y mucho más, es nuestra madre.  Con el “plus” de que ella no sólo es nuestro primer amor, sino “el amor”, el único y verdadero amor.  Los demás, muy al estilo platónico, son solo sombras de ese sentimiento profundo que buscamos con locura a lo largo de la existencia.
           
No niego que la vida nos presente otros tipos de afectos, el filial, el erótico, el de los amigos, pero ninguno de ellos tiene la profundidad del sentimiento materno.  Por eso la desaparición física de la mujer que nos trajo al mundo constituye un cataclismo apocalíptico de grandes proporciones, una fatalidad.
           
No dejo de recordar, a propósito de lo que he dicho, la experiencia vivida cuando trabaja en una parroquia de la zona 8.  Un joven de unos 28 años, acabado por la droga, el alcohol y quizá hasta por el pegamento, fue encontrado una mañana fría de invierno, agonizante en una esquina.  Mientras la mayoría se alejaba de la piltrafa humana, temblorosa e impresentable (no parecía ser humano, dice el salmo), su madre estaba con él, hablándole, acariciando su pelo y tomándole la mano.  No le miento porque parece novelesco, pero de esa forma falleció el muchacho.
           
Nunca dejo de pensar en la escena y cada que puedo se la cuento a mis estudiantes.  Les hablo del amor que deben a su madre porque es la única sobre la tierra dispuesta a la locura por ellos.  Algunos, ofendidos, o inflamados de amor hacia su padre, me dicen que ellos no son muy distintos.  Y, por supuesto que asiento, no sin antes contarles mi experiencia por la cárcel de Pavón.
           
Creo que la he contado.  Lleno de celo por extender el Reino de Dios sobre la tierra, visité la prisión de Pavón por algún tiempo en compañía de los padres Mercedarios (hace muchísimos años).  Hacíamos competencias de futbol, voleibol y al mismo tiempo preparábamos para el bautismo, la confirmación y la recepción de la sagrada comunión.  De novela, ¿No?  Pues bien, siempre les hago la siguiente pregunta: ¿Quiénes creen ustedes que visitaban a los reos?  ¿Los papás?… no, eran muy pocos.  ¿Las esposas?… menos, un número despreciable.  ¿Los hijos?, frío, frío.  Luego remato y digo: “eran sus madres las que puntualmente estaban en la cárcel.  Llegaban con comida, ropa y pequeños recuerdos”.
          
Son esas experiencias las que me permiten pensar que la madre es la personificación del amor sobre la tierra.  Por eso las Sagradas Escrituras dicen algo así como que “aún en el extremo de que no te quiera tu madre (cosa extrema, según se percibe en el texto), Dios nunca deja de amarnos”.  Toda una revelación y un compromiso para consentirlas y demostrarles que no somos ingratos.