«Amigas» Del Diario de Matilde


El silencio era insoportable. Cuando la puerta del quirófano se abrió, todas las miradas se concentraron en la doctora, ella dirigió la mirada hacia Esteban y recitó un cliché: hicimos todo lo posible, mientras posaba la mano en su hombro. í‰l aturdido empezó a balbucear incoherencias… todo fue tan rápido, no vimos que el tráiler se aproximaba, intenté girar hacia el otro lado, pero el carro?

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Su justificación se mezclaba con el llanto, Ernesto lo abrazó, yo no sabí­a qué hacer, qué decir, nunca he sabido actuar en situaciones difí­ciles. Mientras la doctora explicaba que debido a las circunstancias era necesario esperar a los representantes del Ministerio Público, el tipo del seguro se acercó a Ernesto para tratar de arreglar con él lo del sepelio. Yo seguí­a impávida, veí­a a Esteban sufriendo, llorando a una mujer que no querí­a, no podí­a quererla, se habí­a acostado conmigo, la mejor amiga de su esposa, mientras ella preparaba la canasta de la bebé como nos lo habí­an enseñado en la clase de Educación para el Hogar, en el colegio.

 

Yo no era la única con la que él habí­a engañado a mi amiga, lo sabí­a todo el mundo; la secretaria, la tipa aquella en la frontera, la perra de Marcela, como era posible que ahora se jalara el pelo y llorara a gritos por el amor de su vida. Mientras miraba absorta esa representación magistral de dolor y desconsuelo, Ernesto me miró fijamente, está en shock, le dijo a la enfermera y corrió hacia a mí­, a abrazarme, querí­a consolarme, creí­a comprender mi dolor, mi actitud, mi silencio. La difunta era como su hermana dijo durante el velorio, mientras los amigos de Esteban me miraban con su pequeña bebé en los brazos.