«América para los?» (I)


Quienes leen el tí­tulo de la presente opinión, por asociación de ideas recuerdan el concepto de la doctrina Monroe, acuñada por el presidente James Monroe de los Estados Unidos; pero igual que yo, nos equivocamos. Ese paí­s del norte que se ha enriquecido tanto de los genios, de los intelectuales, de los profesionales ya formados, de los trabajadores honrados y laboriosos, de los migrantes de Europa y otras latitudes, ya no es el que acoge a los necesitados, a los perseguidos, a los pobres.

Juan Francisco Reyes López
jfrlguate@yahoo.com

La estatua de la libertad se ha quedado como un monumento que ya no responde a la realidad, la isla Ellis que históricamente se utilizó en Nueva York como una estación de evaluación y tránsito para los millones de rusos, polacos, irlandeses, italianos, franceses, etc., que emigraron buscando la misma libertad, la misma oportunidad, que lo hicieron los primeros colonizadores ingleses, hoy no podrí­a existir.

Se pretende por el contrario, por los descendientes de esos inmigrantes, edificar un muro en toda la frontera sur entre México y los Estados Unidos de Norteamérica. Un muro tan oprobioso como lo fue el muro de Berlí­n. No será pues de extrañar que un Benito Juárez diga, en términos parecidos a Ronald Reagan, señor Bush destruya ese muro.

Los Estados Unidos, en cuanto a su población se refiere, es la suma de las sumas de todas las nacionalidades del mundo. Los pobladores originales fueron exterminados, confinados a reservaciones, estafados y despojados de sus vastos territorios. Adicionalmente el territorio actual de los Estados Unidos se incrementó en casi una tercera parte con Texas, Nuevo México, Arizona, parte de Oklahoma y Nevada y por supuesto California, en una guerra que buscó el despojar a los latinoamericanos representados por México, de territorios que fueron poblados por los españoles y los descendientes autóctonos de América Latina. El que millones de latinoamericanos residan en esos territorios podrí­a considerarse simplemente una recuperación de espacios territoriales y económicos, algo similar a lo que se indica en el Tratado 169 de la OIT.

En un mundo moderno, donde se aboga por la globalización, por el respeto a los derechos humanos, por la consolidación de la democracia, por el Estado de Derecho, no son las medidas de hecho, como un muro, las soluciones. Nos necesitamos los unos a los otros, entre seres civilizados debe encontrarse acuerdos. ¿Cuál es ese acuerdo?, ¿cuál es ese entendimiento? Dependen de dónde y cómo se discuta.

Si se puede negociar un Tratado de Libre Comercio, que en el caso de Centroamérica beneficia más a los Estados Unidos de Norteamérica, que a nuestros paí­ses, pero que en todo caso es una manera civilizada de abrir fronteras y expandir mercados, ¿por qué no se puede encontrar un entendimiento humanitario económico y pací­fico para la inmigración permanente o temporal del recurso humano que tanto necesita la economí­a norteamericana? Si no fuera así­, ninguna nueva persona podrí­a vivir en los Estados Unidos y obtener un empleo que le permitiera apoyar a los seres queridos que dejó en su paí­s de origen, en la mayorí­a de los casos, en pobreza o extrema pobreza.

John F. Kennedy, el recordado presidente, en su discurso de toma de posesión manifestó: «No me preguntes qué puede hacer tu paí­s por ti, sino qué puedes hacer tú por tu paí­s». Con el mejor deseo estableció la Alianza para el Progreso, donde miles de jóvenes norteamericanos se trasladaron temporalmente a Latinoamérica, logrando una mejor comprensión de la grave situación humana que existe en los paí­ses en ví­as de desarrollo y como consecuencia de ello, estableciendo programas de ayuda a través de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID), con la pretensión de combatir la pobreza y la extrema pobreza. Sin embargo, ni el triple de la ayuda puede compararse a la oportunidad de un trabajo digno, temporal o permanente.

Continuará.