Amar al prójimo y a los suegros


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El otro día me afané hablando de las suegras.  Es un tema de mi predilección, aunque no me siento exclusivo.  Sé que las personas tienen sus puntos sensibles y conozco que éste es uno de los míos.  Y es curioso hablar de los suegros en mí porque entre más lo pienso, menos razones tengo para odiarlos, pero ¿es que acaso uno es solo razón y cerebro?

Eduardo Blandón


Definitivamente no.  Y mi caso es paradigmático porque exceptuando mi primera suegra, María de las Nieves, nunca me han tratado mal.  Pongamos por ejemplo a Don Alfonso, el papá de Magaly, mi única novia antes de entrar al convento a la edad de 15 años.  Él fue un hombre excepcional.  Solía llamarme eventualmente a conversar y me aconsejaba, me decía que tratara bien a la princesa y que la cuidara.  Un día incluso robó mi corazón hasta la eternidad cuando me dijo: “Hijo, no has invitado al cine a Magaly, toma cincuenta córdobas y vayan a pasarla bien”.
 
¿Díganme ustedes si se puede encontrar suegros así en la contemporaneidad? ¿Díganme si hay razones para sentirse irritado cuando se toca el tema del que hablamos?  Me parece que no.  Pero hay algo perverso en mí que me hace rabiar en contra de ellas y quizá se lo debo a la bruja de arriba.  Ella fue un parteaguas en mi vida que no me permiten ahora comerme un fiambre confiado ni aceptar dádivas sin sospecha.

El otro día sin quererlo la emprendí en Twitter contra ellos.  Publiqué cosas como “¿Tus suegros no te odian? Relájate, solo es cuestión de tiempo”; “¿Quieres saber cuál será tu futuro con los padres de tu esposa? Diles que te hablen de los ex de sus hijos; “Recuerda que es contra natura querer a los yernos y las nueras, no te equivoques”. Hablar de mis suegros es una especie de catarsis.

Luego de hacerlo encuentro una paz extraordinaria.  Hasta me siento un héroe.   Es como una sensación de haber clavado la espada a la bestia infernal.  Y pienso que si para eso sirven las suegras (bendita María de las Nieves), pues quizá Dios las puso en el mundo con un propósito.  Con dos: para ofrecernos a la princesa o al príncipe y para a través del rechazo u odio, encontrar solaz y tranquilidad.

Lo cual me lleva a considerar que quizá no se les ha hecho justicia a las suegras.  Quizá deberíamos escribir poesías, componer canciones o pensar en ellas a través de pequeños artículos como éste.   Es muy posible que vivamos época de restauración.  Debemos cambiar la imagen atrofiada y malvada de ellas y concebirlas de mejor manera.

Ese sería un bonito proyecto de amor al prójimo.  Total, si uno ama a las suegras y acepta a los suegros, prácticamente ya nada sería imposible.  Hay que apuntar a esa utopía y comenzar ahora mismo.