Este año Guatemala romperá el récord del monto de las remesas que envían los compatriotas que han tenido que emigrar en busca de las oportunidades que su país les niega. Es un hito, en verdad, el monto de ese dinero que es producto de un esfuerzo enorme porque no es únicamente el trabajo duro que les toca realizar para obtener ingresos suficientes para subsistir y enviarles algo a sus familiares aquí, sino también es el costo de la separación, de la ruptura de los vínculos familiares, realidad que resulta desgarradora especialmente en estas fechas.
Sabemos que diariamente muchos guatemaltecos deciden emigrar a los Estados Unidos en busca de oportunidades y de alguna manera intuimos que son ellos los que mantienen a flote la economía del país que sin el aporte de las remesas estaría en verdaderos trapos de cucaracha porque nuestro mercado interno subsiste únicamente gracias a que los familiares de los migrantes tienen suficiente para gastar, para comprar e invertir. Sin los casi cinco mil millones que recibimos este año, la mayoría de empresas del país ya hubieran quebrado porque es gracias a ellas que el comercio se mantiene con dinamismo.
Pero es indispensable que entendamos que es antinatural y contrario a cualquier sentido de justicia el que estemos exportando a nuestra gente, por mucho que dependamos de ellos. No debemos ni podemos permanecer indiferentes frente a esas condiciones inhumanas que hacen que los guatemaltecos tengan que viajar en circunstancias tan adversas y a buscar trabajos tan duros para que sus familias subsistan. No basta con ocuparnos de un TPS para ellos, porque el mismo nunca será suficiente para devolverles a esos compatriotas lo que más falta les hace, que son sus familias.
Nuestros migrantes no rompen el vínculo con la patria y a diferencia de otros que llegan en busca del sueño americano, para los chapines la migración es siempre una etapa, un medio para mantener a sus familias aquí y mantienen constantemente la idea de volver al terruño. Eso les dificulta mucho integrarse a la vida norteamericana y disfrutar de sus ventajas, al mismo tiempo que les mantiene alejados de sus familias mientras las proveen de dinero para que vivan un poco mejor.
El día en que los guatemaltecos se sientan parte de la sociedad norteamericana cuando venga una ley migratoria más humana y compasiva, podrán aspirar a que sus familias se unan con ellos allá y el chorro que hoy nos mantiene ha de acabarse, lo cual no dejaría de ser merecido para un país tan indolente con el drama cotidiano de tantos de sus hijos, expulsados por la injusticia y falta de oportunidades.
Minutero:
Depender de las remesas
es como vivir de promesas;
crear aquí oportunidad
es mejorar la realidad