Alomar brilla en el Salón de la Fama


Roberto Alomar ofrece su discurso de ingreso al Salón de la Fama. FOTO LA HORA: AP Mike Groll

En su idioma, Roberto Alomar no pudo ser más elocuente al tocarle ser inmortalizado en el Salón de la Fama del béisbol.

Por ERIC Níší‘EZ
COOPERSTOWN / Agencia AP

«Me siento orgulloso de ser puertorriqueño», dijo Alomar en su discurso tras ser exaltado ayer al templo de Cooperstown. «Siempre jugué por mi isla, por mi bandera y por todos los latinos».

Alomar, cuya placa reza que «estableció los parámetros para una generación de intermedistas», fue una de las tres figuras honradas en un acto realizado al aire libre.

El lanzador Bert Blyleven y el ejecutivo Pat Gillick fueron los otros dos.

Los mayores ví­tores fueron para Alomar, el tercer puertorriqueño y séptimo latinoamericano que ingresa a Cooperstown. Agitando banderas y coreando su nombre, más de 200 boricuas hicieron el peregrinaje a esta localidad en el centro del estado de Nueva York para celebrar el momento cumbre del oriundo de Salinas.

Pero Alomar también recibió los aplausos de un contingente de canadienses, felices al ver al primer jugador entronizado con el emblema de los Azujelos de Toronto.

Ese fue el primer equipo no estadounidense en ganar la Serie Mundial, al lograr la gesta de un bicampeonato entre 1992-93, con Alomar en plan estelar y Gillick como su arquitecto.

El mensaje de Alomar estuvo cargado de emoción, al mencionar a sus precursores puertorriqueños en Cooperstown y a su familia.

«En este dí­a me siento más que orgulloso por estar al lado de dos leyendas que le dieron tanto a este paí­s», dijo Alomar en referencia a que se sumó a Roberto Clemente y Orlando Cepeda, éste último uno de los 47 miembros del Salón que estuvieron presentes en la ceremonia.

Alomar destacó el recuerdo de Clemente, el jardinero de los Piratas de Pittsburgh que murió en un accidente de aviación la ví­spera del Año Nuevo de 1972 cuando llevaba ayuda a las ví­ctimas de un terremoto en Nicaragua. Clemente finalizó su carrera con 3.000 hits exactos.

«Estoy muy orgulloso de llevar su nombre», dijo Alomar. «No está aquí­, aunque desde el cielo nos está escuchando nuestra gran leyenda Roberto Clemente».

«Fue un tremendo discurso», afirmó Cepeda, quien calificó a Alomar como un «superdotado».

«Este debe ayudar al béisbol de Puerto Rico, al que le hacen falta más peloteros», añadió Cepeda, un ex jardinero de los Gigantes de San Francisco.

Vestido con un traje a rayas, Alomar primero vio un video narrado por su hermano Sandy, un receptor con quien fue compañero de equipo con los Indios de Cleveland a finales de la década de los 90.

Sandy recordó los tiempos cuando ambos compartieron un apartamento al jugar en las menores, y el mismo sólo tení­a una cama y un sofá.

«Acordamos que quien se quedaba con la cama era el que tení­a el mejor juego esa noche. Nunca me tocó dormir en la cama. ¡Y yo bateé .300 ese año!», señaló Sandy.

Roberto firmó su primer contrato como profesional en 1985, con los Padres de San Diego, cuando tení­a 17 años. Su debut ocurrió tres años después y dio un sencillo en su primer turno contra Nolan Ryan, un futuro integrante del Salón.

Llegó a Toronto como parte de un canje en que los Azulejos enviaron a Tony Fernández y Fred McGriff a San Diego a cambio de Joe Carter y el boricua ambidiestro.

Las dos piezas conseguidas por los Azulejos fueron vitales para lograr campeonatos gracias a memorables jonrones. En la serie de campeonato de la Liga Americana en 1992, un jonrón de dos carreras de Alomar contra Dennis Eckersley de Oakland en el noveno inning sirvió para empatar el cuarto juego y los Azulejos no pararon hasta ganar su primer tí­tulo. Al año siguiente, Carter sentenció el Clásico de Otoño con un jonrón ante Mitch Williams y dejar tendidos a los Filis de Filadelfia.

En una trayectoria en la que formó parte de siete clubes, Alomar se retiró con promedio de .300, 2.724 hits, 10 Guantes de Oro y 12 apariciones en el Juego de Estrellas.

Pero no le alcanzó para ser elegido al Salón en su primer intento el año pasado al quedarse corto por cuatro votos de alcanzar el 75% necesario.

Fue obvio que los votantes de la Asociación de Cronistas de Béisbol de Norteamérica le pasaron factura por el incidente del escupitajo al umpire John Hirschbeck, en septiembre de 1996, el cual mancilló la imagen de Alomar.

La penitencia duró sólo un año, ya que Alomar se convirtió en el 26to jugador que alcanza el 90% y logró ser mencionado en 523 papeletas, la tercera mayor cantidad en la historia.

«Se hizo justicia», dijo Cepeda. «Se lo ganó como pelotero en el terreno».

En su discurso en inglés, Alomar también enfatizó que su motivación principal fue el deseo de ganar y acumular números brillantes.

Sus agradecimientos más sentidos fueron para sus familiares.

—Su hermana Sandia: «Por cuidar a nuestra madre cuando todos nos í­bamos a jugar en Estados Unidos».

—Su hermano Sandy: «No pudimos ganar juntos un campeonato juntos (pero) en mi corazón tu eres un Salón de la Fama».

—Su madre Marí­a: «Si estoy aquí­, es por ti».

—Su padre Santos: «Me lo enseñó todo. Para mí­, el mejor segunda base».

Blyleven, quien ganó 287 juegos y tiró 60 blanqueadas en una carrera de 22 años, se convirtió en el primer jugador nacido en Holanda que es inmortalizado.

Su dedicatoria fue para su fallecido padre y a su madre de 85 años.

Tras asentarse en el sur de California en la década de los 50, el padre de Blyleven se fascinó con el béisbol y le enseñó al hijo el deporte.

«Ojalá pudiese estar aquí­», dijo Blyleven, quien fue elegido en su 14to intento. «Mamá, él debe estar viendo desde el cielo ahora mismo».

Aparte de los dos campeonatos con Toronto, Gillick también fue el gerente del equipo de Filadelfia que se consagró en la Serie Mundial del 2008.

Gillick evocó sus primeros pasos como ejecutivo y mencionó un viaje a la República Dominicana en 1968 en busca de talento: «No me fue bien, pero encontré a mi esposa Doris», indicó.