Nunca voy a olvidar el día en que un colega me dijo alienada porque dentro de una plática le comenté que me gustaría estudiar en el extranjero. Me pareció desconcertante e inmediatamente después busqué en Google, en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), todas las acepciones de esa palabra, porque al final no comprendí su ideología dentro de lo que quiso decirme.
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El resultado del DRAE es que la alienación es un “proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición”, y “estado mental caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad.”
No creo que la educación que se imparte en Guatemala sea la mejor; tampoco considero que sea la peor porque no he estudiado en ningún otro lugar, mi punto de comparación son las referencias.
Por ejemplo, en la Universidad de San Carlos de Guatemala considero que hay catedráticos cansados, que llevan alrededor de 25 años impartiendo clases y que lo único que pueden transmitir es desesperación, sobre todo porque ya nunca actualizaron sus conocimientos. También en algunos casos, los docentes acaban con el entusiasmo de los estudiantes, complicando el aprendizaje, pero no enseñando nada.
Desear, soñar y aspirar a estudiar una maestría o un doctorado en una universidad norteamericana, centroamericana, sudamericana, africana, europea o asiática, no tiene nada que ver con traicionar un sentido de patriotismo, que es lo que me transmitió el colega al decirme alienada, sino de querer acceder a las mejores entidades académicas, y las herramientas más actualizadas para aprender una profesión y realizar de mejor manera un trabajo. Además de tener otras perspectivas de la vida.
El comentario de ese colega me sigue pareciendo desde entonces sin sentido, porque una de las injusticias por las cuales como periodistas, se supone que luchamos, es contra eso mismo: la injusticia social, no solo como en este caso, la educación, porque no todos tenemos acceso al mejor conocimiento, sino porque tampoco somos parte de un país que demuestre capacidad para proporcionar los mejores educadores.
Un ejemplo interesante sobre este tema aplicado a la realidad nacional, puede ser cuando la Corte de Constitucionalidad, alegando errores procesales decide anular el juicio por genocidio y en contradicción, casi un año después el juez español Santiago Pedraz, decide continuar con las investigaciones por violaciones a derechos humanos durante la quema de la embajada de España. De nuevo, me viene la mente esa palabra: alienación.
En ese sentido, entonces, ¿podemos decir que la justicia guatemalteca ésta alienada? ¿Es decir que la respuesta es que no la vamos a encontrar en otro lugar que no sea España, Suiza, o Estados Unidos?
Ayer mismo, la Corte Federal de Nueva York dictó la sentencia de 70 meses de prisión en contra del expresidente Alfonso Portillo, cuando en Guatemala fue absuelto.
Juan Ortiz, alias Chamalé, fue extraditado a Estados Unidos, por acusaciones de narcotráfico. Además, en el Tribunal Criminal de Ginebra, en el juicio contra el exdirector de la Policía Nacional Civil, Erwin Sperisen, un testigo reconoció que las autoridades de ese entonces cambiaron el sentido del plan Pavo Real, que buscaba recuperar el control sobre la cárcel Pavón, el que se desvirtuó totalmente.
Al final, siete reos de Pavón fueron ejecutados, y aunque en Guatemala tres personas, entre ellas Víctor Soto, fueron condenadas, la justicia de este país no logró llegar a las altas autoridades.
Mientras en otros lugares se logran alcanzar los objetivos de educación y justicia, entonces, ¿qué pasa aquí?
¿Ser malinchistas, alienados o refundar las instituciones?