Hace algunas semanas vino a La Hora el vicepresidente Eduardo Stein acompañado de Richard Aitkenhead y Rosa María de Frade para hablar sobre lo que esperaban que pudiera ser la realización del último año de gobierno. Tras escuchar su planteamiento, le dije al Vicepresidente que me parecía que el mayor aporte que podrían hacerle al país es centrar de alguna manera el debate nacional, en este período de elecciones, alrededor del tema puntual del colapso de las instituciones públicas y la necesaria reforma del Estado.
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Ya cuando la Gana hizo su plan de gobierno detectaron que era urgente plantear como cimiento de cualquier esfuerzo al futuro el fortalecimiento de las instituciones y la reforma del Estado, pero les agarró el dedo la puerta y no pudieron concretar lo que aparecía como base de la pirámide que definía sus propósitos para hacer gobierno. Yo le decía a Eduardo Stein que de nada serviría cualquier esfuerzo que se hiciera en infraestructura y obra física si, al fin de cuentas, hasta los aeropuertos que se hicieran no iban a servir sino para facilitar el trabajo de ese crimen organizado que como cáncer se había propagado en las estructuras estatales.
Al no ver entre los candidatos presidenciales el menor interés por abordar ese tema, le propuse al Vice que el Gobierno tratara de influir usando los medios a su alcance para forzar a que el debate electoral se centrara en el tema del futuro del Estado, de la gobernabilidad que pasa, por fuerza, por hacer viable al país mediante la reforma profunda de sus instituciones.
Lejos estaba en esos días de suponer que un crimen tan brutal como el perpetrado contra los diputados del Parlacen iba a destapar la caja de Pandora de nuestra triste realidad. Porque de haber sido cuatro salvadoreños comunes y corrientes, no digamos cuatro guatemaltecos sin un alto relieve, ese crimen hubiera sido apenas uno más de los tantos que cotidianamente se cometen en el marco de la limpieza social y de la actividad criminal realizada por el mismo Estado, sin que tuviéramos la oportunidad de recapacitar sobre lo mal que andamos.
Nos puede pasar ahora lo mismo que con la corrupción del gobierno anterior. Somos muy buenos para denunciar, para criticar y para vivir unos días gozando el escándalo, pero inútiles para actuar en serio proponiendo y haciendo los cambios que hacen falta. Hoy en día los sistemas administrativos del país son idénticos a los que existieron en la época de Portillo y la sociedad desperdició el momento que tuvo de una alta conciencia sobre el impacto y efecto de la corrupción sin hacer nada serio para prevenirla en el futuro.
Hoy estamos viendo que el tema del Estado fallido, del colapso de nuestras instituciones y de la necesaria reforma del Estado cobran actualidad por lo ocurrido en estos días, pero dentro de pocas semanas todo estará olvidado y nadie, ni los gobernantes ni los políticos que aspiran a sucederlos, harán nada para corregir el rumbo de un país que evidentemente va a la deriva.
Si cuando le comentaba yo al vicepresidente Stein la urgente necesidad de centrar el debate electoral sobre la reforma del Estado y el fortalecimiento institucional en el país el tema parecía claro y evidente, mucho más ahora con lo que nos ha tocado vivir. Pero el país parece tener una especie de maldición que nos impide actuar en serio, atacar los problemas a fondo y que nos entretiene con el escándalo al que nunca le sabemos sacar provecho.