Alfonso Enrique Barrientos


Alfonso Enrique Barrientos (I), con el poeta Enrique Noriega (C) y Oscar Marroquí­n.

Se fue de madrugada. Hací­a rato que ya se habí­a despedido de nosotros.


Ahora se están abrazando y dando la mano con Franz Galich y Otto Raúl González.

Otra etapa más del periodismo cultural guatemalteco, de las fructí­feras, de las que ilustraron, formaron y conformaron buena parte de la personalidad del ciudadano culto y letrado de la ciudad de Guatemala, partió al infinito el sábado a las tres de las mañana en la persona de mi buen amigo Alfonso Enrique Barrientos, quien se fuera hacia otras esferas desconocidas por los vivos en este mundo.

Recuerdo que fue en 1981, mientras estaba yo estudiando becado en Panamá, que Alfonso Enrique me publicó el primer cuento que yo daba a luz pública en el periodismo de la ciudad. El íšltimo Katun, se publicaba en La Hora Dominical, luego de habérselo enviado por correo unas semanas antes.

Después lo visité para agradecérselo y también para dejarle otros textos con el deseo de que me los publicara. Así­ comenzó una gran amistad que llegó hasta estos sus últimos dí­as en los que ya no pudimos conversar debido a su enfermedad.

Su convencimiento en abrirme los espacios para publicar mis comentarios literarios y antropológicos me hizo madurar en mis escritos, así­ como abrir una página literaria en el Suplemento Cultural sabatino de este vespertino, la cual titulé La Teluria Cultural, por la cual también tuve la oportunidad de conocer otros colegas escritores. Hubo entre ellos algunos a quienes incluso, también les publiqué sus primeros poemas y comentarios. Para entonces, ya era yo capaz de comentarle por ejemplo su excelente libro de cuentos titulado «Cuentos de Belice». Incluso me habí­a enseñado a diagramar mi página para que me entendieran bien los diagramadores de nuestro vespertino.

De su prolí­fera vida como periodista y escritor se encargarán los mejores entendidos los amigos de su generación y los especialistas. Yo solo quiero emborronar estas pocas lí­neas que intentan reflejar el inmenso cariño que él mismo me enseñó a tenerle. Recordar los tragos que nos tomamos fuera de su cubí­culo de La Hora platicando sobre nuestras cuitas como periodistas culturales y enviarle un abrazo solidario a mis amigos, su familia, doña Istmenia y sus hijos e hijas.

Descansá en paz Alfonso Enrique.